Carlos Cañeque es un autor multidisciplinar en el mundo del arte, todo un hombre del Renacimiento: escritor, articulista, director de cine, actor, pianista y profesor universitario de Teoría Política. Siempre ligado al mundo de la cultura. En su haber tiene tres estupendos films y cinco novelas (con Quién, su primera novela, ganó el premio Nadal en 1997). También ha obtenido con sus trabajos diversas distinciones, como haber sido elegido en la Sección oficial del Festival de cine de Málaga 2011 por Queridísimos intelectuales (del placer y el dolor), y en el Festival Internacional de Sitges 2015 y en el de Mar del Plata 2015 por Sacramento. Es miembro de la Biblioteca Quijotesca Espéculo desde 1997.
Carlos Cañeque nace en Barcelona en 1957, se licenció en Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid y en Sociología y Ciencias Políticas en la Complutense de esta misma ciudad. Realizó un máster en la Universidad de Yale, previo a su tesis doctoral sobre la religión en la sociedad norteamericana y a su publicación Dios en América: Una aproximación al conservadurismo político-religioso en los Estados Unidos (Península 1988). Durante treinta años fue profesor titular de Teoría Política en la Universidad Autónoma de Barcelona. En 1995 publica un libro de entrevistas sobre Jorge Luis Borges, Conversaciones sobre Borges (Destino, 1996). También tiene publicados un libro sobre Berlanga y otro sobre el polémico pensador Emil Cioran. Del libro sobre Borges saldrá su novela primigenia premiada con el Nadal en 1997. Su segunda novela, Muertos de Amor, fue llevada al cine en 2013 por Mikel Aguirresarobe.
Como director de cine cuenta en su filmografía con cuatro obras: el cortometraje Carisma (1982) y los largometrajes Queridísimos Intelectuales (del placer y el dolor) (2011), La Cámara Lúcida (2012) y Sacramento (2015). Todas están disponibles en la plataforma Filmin. Precisamente ahora se acaba de editar un segundo y estupendo álbum perteneciente a la banda sonora de su película Sacramento, titulado Sacrilegio. También ha escrito un montón de ensayos y artículos e incluso tres libros infantiles. Ahora está trabajando en Quiero cantarles mi vida, una obra de teatro musical con el cantante (bajo operístico) Stefano Palatchi. Palatchi cantó durante más de treinta años en los mejores teatros del mundo con Plácido, Montserrat Caballé, Josep Carreras y muchos otros.
Hecho este escueto resumen a la obra de Carlos Cañeque procedemos a publicar una entrevista, siendo todo un honor tenerlo aquí para nosotros.
Tu nuevo disco, Sacrilegio, es la banda sonora de tu película Sacramento, ¿podrías decirnos, a la hora de componer, si te influyen más las bandas sonoras o qué autores puedes citarnos como influencias?
Creo que las verdaderas influencias son casi siempre inconscientes para un autor. Cuando escucho las composiciones de los veinte temas de piano que hay en Sacrilegio juego a pensar en las influencias que pude tener cuando me fueron saliendo una melodía, un ritmo o un acorde. Desde la mayor humildad, a veces creo que me he querido acercar un poco al compositor catalán Federic Mompou, otras a los acordes atonales de Thelonious Monk. Además de los grandes del jazz, Gershwin, Stravinski y Bela Bartòk son tal vez los compositores que más escucho hoy. Pensar en estos grandes autores es una tentación tan osada como temeraria. Un sacrilegio. Es curioso cómo el tiempo crea trayectorias musicales en cualquier persona. En mi adolescencia adoraba el rock progresivo y Keith Emerson era mi dios en el piano. Me alegra saber que Emerson, Lake y Palmer dejaron huellas en España, como muestra la reciente y estupenda publicación de una grabación de aquella época del grupo Altair, con Isabel Muniente al piano y Alfredo G. Arcusa en la percusión. Cuando lo descubrí en internet me hubiera jugado una mano a que eran Emerson y Palmer. El autor de bandas sonoras para cine que más me gusta es Nino Rota. Musicalizó casi todas las películas de Fellini, quien me parece el director más artístico que ha existido en toda la historia del cine.
A mí me gusta mucho en tu música, esa personalidad que imprimes al piano, y noto cierto aire de música oscura que va fenomenal para tus películas. Creo que Sacrilegio contiene grandes temas como "Las rameras de Jericó juegan al tenis con una lentitud exasperante", "Esencias metafísicas del Concilio de Trento" o "Judas fue un tipo estupendo absolutamente necesario para la Redención", que refuerzan el mensaje irreverente de tu obra cinematográfica y novelística.
Fui a un colegio del Opus Dei y creo que eso me marcó mucho. Dejé de ser creyente a los diez años pero me quedó grabada la estética del catolicismo, la música de las iglesias, el miedo al infierno, la desconcertante figura de un dios sangrante y crucificado y al mismo tiempo infinito, la virginidad de María, los ritos de la Iglesia que siempre me han parecido representaciones teatrales, el sexo como pecado, etc. En el bachillerato leí Por qué no soy cristiano de Bertrand Russell y decidí hacer la carrera de Filosofía. Luego me llegó el descubrimiento de la ironía con base en la religión católica en autores de la tradición española como Valle Inclán, Jardiel Poncela, Buñuel, Berlanga, Arrabal, Boadella y, sobre todo, en la cultura latinoamericana, como Borges, que es el centro de la novela Quien con la que gané el premio Nadal en 1997. El catedrático suizo Marco Kunz, que escribió más de cuarenta páginas sobre esa novela en un libro, me invitó a Lausana para participar en un congreso sobre la “metaficción” y me pidió que hablara de la relación entre mi novela Quien y mi película La cámara lúcida. En aquella conferencia expliqué que mi película es una libre versión cinematográfica de mi novela. En mis películas y en mis novelas siempre hay grandes dosis de “metaficción” porque siempre hay un protagonista que quiere hacer la novela o la película que estamos leyendo o viendo. “En todo lo que hace Cañeque, sean novelas o películas” señala Kunz en su sesudo artículo “el proyecto termina coincidiendo con el producto”. Mis películas y mis novelas buscan ese camino, esa ironía que juega a meter la realidad en la ficción, y que ya está en El Quijote cuando el protagonista se entera en la segunda parte de que se ha escrito una novela muy exitosa sobre él. Por cierto, estoy convencido de que Cervantes, cuando imaginó su personaje universal, estuvo mucho más influido por Jesús de Nazaret que por los libros de caballerías. Jesús y don Quijote se parecen mucho. Los dos salen a “predicar” en lugares públicos un proyecto ético, y los dos fracasan al recibir una hostilidad social muy contundente. A uno lo crucifican, al otro le tiran piedras y lo golpean. Esa semejanza ya la señaló Unamuno. Los títulos de Sacrilegio son largos porque pretenden ser aforismos que ironizan sobre el catolicismo.
¿Cómo piensas a la hora de componer estas melodías, como obras sueltas u obras perfectamente diseñadas para encajar en las películas?
Creo que soy un compositor muy insólito por el hecho de no haber estudiado música en absoluto. No puedo leer ni escribir una sola nota, ni acompañar al piano la canción más simple. Solo puedo tocar lo que compongo. Y lo que me sale lo tengo que memorizar, y es muy difícil que lo recuerde al día siguiente. Comencé a aporrear el piano desde niño y ya me salían algunas melodías que me aprendía de memoria. Nunca pude con el solfeo ni con los ejercicios básicos de piano. Me divertía más jugando con el piano de tú a tú. Por eso soy un compositor analfabeto. A veces, para consolarme, pienso que una educación musical convencional tal vez me hubiera alejado de la composición. Las piezas musicales de Sacrilegio me salieron sueltas, no estaba pensando en escenas concretas de mis películas. Quería, eso sí, como tú dices muy bien, buscar la atmósfera oscura que para mí tiene toda la cultura del catolicismo.
Tu obra es transgresora y creo que esta banda sonora refuerza ese concepto. Es de agradecer esa música de piano que le da la fuerza y el ambiente perfecto a un film como Sacramento, pero que así mismo es un disco que se puede oír y disfrutar al margen de la película.
En mis películas he utilizado fragmentos de unos segundos, nunca he colocado un tema entero. En general, en cualquier tema entero, incluso de los grandes compositores clásicos, suele haber una estructura parecida a la estructura narrativa del cine o las novelas. Hay un planteamiento (que en la música sería la presentación de la melodía), un desarrollo (que serían las variaciones de la melodía, el juego de encontrar otros senderos, otras “submelodías” que, en el caso del jazz, serían los solos instrumentales) y un desenlace (en el que se vuelve a la melodía del principio para luego encontrar un final). El cine no es el mejor medio para escuchar música porque ésta siempre está al servicio de la escena, a veces durante unos pocos segundos. Las composiciones pensadas para tener un principio y un final es mejor escucharlas sin imágenes, con los ojos cerrados y enteras. Creo que en la ópera, que fue concebida como un intento de hacer el arte total, la música también está, en gran medida, al servicio de la escena y de los diálogos entre personajes. De alguna forma, Puccini o Verdi estaban más condicionados que Beethoven, eran menos libres. A veces pienso que la ópera se ha convertido en un museo del pasado. Qué pocas óperas de compositores del siglo XX o XXI aparecen en los programas de los grandes teatros de ópera del mundo. Un arte que vive del pasado es un arte muerto. Del cine musical solo me parecen obras maestras Singin in the Rain y West Side Story.
Desde 1985, que publicaste tu primer disco Mi ego lo perdí en Bahía, me imagino que por tus múltiples facetas académicas y artísticas que te mantienen ocupado, no has sacado hasta este 2025 un nuevo CD. Tu concepción de la música a la hora de componer ¿ha evolucionado o variado mucho en estos cuarenta años?
Creo que el conocimiento musical es acumulativo. En esos años he cambiado algunos gustos y he descubierto otros compositores y músicos. En la memoria quedan registradas nuevas músicas y, al mismo tiempo, éstas comienzan a dialogar con las anteriores. Las plataformas musicales como Spotify han revolucionado las posibilidades de acceso a la música. Hoy se puede escuchar toda la música desde todas las ubicaciones del planeta. En internet he conocido a cientos de músicos que acaso no hubiera alcanzado a escuchar nunca. Creo que mi nuevo disco está más elaborado que el publiqué en 1985.
Personalmente este estilo de composiciones para piano me apasionan. ¿Crees que hay mercado para este tipo de música?
Con la revolución de internet y las plataformas musicales se produce una paradoja. Por un lado suponen una democratización sin precedentes al permitir acceder gratis a miles de millones de personas. Esto facilita que las grandes figuras que llenan estadios se popularicen más rápido y arrasen con otras propuestas menos masivas. Pero por otro lado, estas plataformas permiten un espacio, a veces ínfimo, a otras propuestas como la mía. Los CD, como producto comercial, prácticamente han desaparecido y ahora tenemos un océano de posibilidades musicales en internet. El problema de buscar buena música en ese océano es el criterio de selección. Es muy difícil que un joven seleccione a un compositor como Stravinski o a un pianista de jazz como Brad Mehldau sin una previa evolución auditiva musical. Creo que en los colegios se deberían fomentar asignaturas de música como parte troncal del plan de estudios. Y no haría falta que se enseñase mucho solfeo. Con escuchar música muy alejada del imperio del reguetón ya habríamos ganado mucho.
Háblanos un poco de tu filmografía, ¿de dónde salen tus ideas?
Tanto en las novelas como en la películas y las piezas musicales las ideas me surgen en un momento concreto. Muchas veces comienzo algo que luego abandono. Los tres largometrajes que he dirigido son muy distintos. El primero, Queridísimos intelectuales (del placer y el dolor) es un documental en el que entrevisto (sin aparecer nunca yo) a un grupo de personas muy distintas, entre las que están Santiago Carrillo, Elena Ochoa, Xavier Ruber de Ventós, Javier Tomeo y Fernando Savater. Quería huir de la entrevista periodística y buscar un clima que a los entrevistados les permitiera ser espontáneos para hablar sobre placer y el dolor. Mi modelo era El desencanto de Chávarri. En La cámara lúcida empiezo a actuar haciendo seis papeles distintos. El historiador del cine Román Gubern dijo que esta película le parecía “una joya por el montaje y la estética”. Todo eso se lo debemos a un genio que se llamaba Andrés Bujardón. Murió de ELA poco después de terminar el montaje de La cámara lúcida. Sacramento es una producción un poco más grande, con actores estupendos como Fermí Reixach y Tony Corvillo. Allí intento contraponer la figura (originariamente española y luego universal) de don Juan con la de un sacerdote católico que pierde el juicio y se hace bocadillos de pan con tomate y hostias… Un aspecto que considero importante en las tres películas es el estético: en las tres he rodado casi todo en croma, lo que me ha permitido utilizar el blanco y negro para los entrevistados o actores y el color para los fondos. En esto he tenido la suerte de contar con la artista Maite Grau. Solo en Queridísimos intelectuales aparecen 202 cuadros abstractos suyos. Nunca repetimos un solo cuadro. Cada plano tiene un cuadro distinto. Y hay una progresión hacia los colores oscuros en la medida que se habla de la enfermedad y la muerte. La aportación de Maite Grau (y la de Andrés Bujardón como montador y director de fotografía en las dos primeras) definen la estética de las tres películas.
¿En qué piensas para crear tus personajes y darles esa impronta tan especial?
Creo que para que me surjan personajes en las novelas a veces pienso en Galdós, Clarín, Baroja, Borges y otros. Los personajes de películas me salen más histriónicos y locos, por eso mis referencias son Berlanga, Buñuel y Fellini. Es curioso que el surrealista Buñuel hiciera tres películas basadas en el realista Galdós. Tristana y Nazarín son claras adaptaciones, y Viridiana también está inspirada en una novela de Galdós. En literatura he estado muchos años obsesionado con Borges. Siempre tomo notas cuando leo novelas y veo películas. Soy bastante metódico en eso. Por otra parte, creo que la mayoría de los personajes que crea cualquier autor los saca de la realidad que le rodea, e incluso de sí mismo. Toda obra literaria se nutre en gran medida de fuentes autobiográficas. La película que me hizo arrancar en Sacramento es Ordet (La palabra) de Dreyer. Allí, como en Sacramento, hay un religioso que se vuelve loco y da discursos a los árboles del bosque.
Pregunta obligada: directores favoritos de cine y cuáles te han marcado más.
Entre las últimas generaciones, admiro mucho el cine americano de Woody Allen, Scorsese y Coppola. También me gustan mucho casi todas la películas de Polanski. Bergman me parece un gran autor, sobre todo por los guiones que escribió para todas sus películas. Pero insisto, Berlanga, Buñuel y Fellini me parecen más próximos a la hora de pensar en posibles argumentos o personajes. Si tuviera que elegir tres películas de la historia del cine creo que elegiría Los olvidados de Buñuel, El verdugo de Berlanga y Fellini 8 1/2.
¿Qué nuevos proyectos tienes en mente?
Desde hace un año tengo paralizada una novela en la que juego a imaginarme a nuestra princesa Leonor (un trasunto de ella llamada Leonela que vive en un país que se llama Extraña) con la edad de treinta años. Se ha enamorado de un guardaespaldas y se fuga con él a Brasil. Y allí la secuestra el guardaespaldas, la encierra y pide un rescate… Ahora estoy trabajando en el texto y la dirección de un musical teatral. Se titula Quiero cantarles mi vida. Un único actor y cantante, Stefano Palatchi, contará y cantará su vida. Palatchi fue uno de los mejores bajos operísticos del mundo y cantó en todos los grandes teatros con Plácido, Montserrat Caballé, Josep Carreras y muchos otros. El espectáculo alternará su monólogo con los trozos de arias que más ha cantado en su vida. Creo que su vida ha sido muy interesante y épica. Escribir juntos el texto fue muy especial porque él es quien ha vivido todo lo que cuenta, y yo lo quiero llevar a la literatura y cambiarlo un poco, aunque algunos detalles no sean verdad. Él prefiere contar la verdad y, como tiene cierto pudor, algunas cosas que me parecen dramáticamente muy potentes de esa verdad las quiere omitir. Dirigirle es repetirle muchas veces que tenemos que conseguir la mayor naturalidad posible, que no parezca que hay un texto escrito. A veces prefiero cuando improvisa sin seguir el texto al pie de la letra. Creo que quedará bien. En mi errática trayectoria me quedaba la experiencia del teatro. Estoy en ello, ja ja ja. Bueno, Alfonso Carlos, muchas gracias por la entrevista.
Alfonso Carlos López
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