En 1960 se estrenaba Psicosis (Psycho, Alfred
Hitchcock, 1960), naciendo el cine de terror moderno y entrando por la puerta
grande la figura del asesino psicópata, cuya alargada huella llega hasta
nuestros días. Tomando como base la novela homónima escrita por Robert Bloch
(basada en las andanzas reales de Ed Gein, “el carnicero de Plainfield”), otra
de las características esenciales de la película era su escenario: un marco
rural alejado de la ciudad, de la civilización. Un paisaje que había dejado de
ser placentero para convertirse en lugar propicio de las más terribles
pesadillas. El film de Hitch anticipaba ciertas características esenciales del American Gothic, subgénero que se
impondrá en las pantallas terminando el decenio. La acción de muchos de los grandes títulos del cine de terror de
finales de los sesenta hasta comienzos de los ochenta tendría lugar en la
América profunda, cuna de los valores tradicionales, funcionando como reflejo
desfigurado de toda esa parte conservadora de los Estados Unidos que las dos
grandes costas tienden a olvidar y ningunear. Apartados de la civilización,
seríamos testigos de la putrefacción de los núcleos familiares, del
envilecimiento de sus relaciones y vínculos por medio de un sinfín de
agresiones sexuales, y de prácticas salvajes y primitivas. Más allá de la
brutalidad mostrada por de sus imágenes, el American
Gothic, a través del filtro que supuso el cine de género, sobrecogió al
público de la llamada tierra de las oportunidades al plasmar la descomposición
del sueño americano, que había mantenido durante tanto tiempo las ilusiones de
todo el país. Y también la América profunda había terminado siendo una víctima
más de ese final del American Dream.
Fueron los sesenta tiempos convulsos, la década en que
América despertó, como se suele decir, cuando el país perdió su inocencia. Años
de luchas por los derechos de las minorías. Además, el país entró en una guerra
que por primera vez encontró el rechazo de buena parte de la población. Fueron
tiempos de división y enfrentamiento generalizados. Las nuevas generaciones
renegaron de las ideas (políticas, religiosas, morales, ...) de sus
progenitores, buscando nuevas alternativas. Pero el verano del amor y el ideario
hippie murieron junto a los cadáveres
exquisitos dejados por los acólitos de Charles Manson en agosto de 1969. Los
setenta despertaban con una gran resaca e iría todo a peor, con el fin forzado
y forzoso de la guerra (perdida), el caso Watergate, la crisis del petróleo que
agravaría aún más la cada vez más penosa situación de la industria pesada en el
llamado “Cinturón del óxido”, etc. Tiempos de una división radicalizada de
opiniones entre la tradición y la modernidad, entre conservadores y liberales.
El cine, proyección de su época, supo mostrar estas inquietudes en la pantalla,
y el choque cultural/social encontró acomodo en el American Gothic que, con la caída a finales de los sesenta del
viejo y obsoleto Código Hays, que venía rigiendo qué se podía y qué no mostrar
en las pantallas (pronto entraría en su lugar un nuevo código por edades) pudo
mostrar sin tapujos toda la violencia que se palpaba en el ambiente.
Si en literatura el gótico americano vivió su etapa de
oro en los años que median entre la Gran Depresión y la década de los sesenta,
el periodo de esplendor del mismo en el
cine estadounidense cubre, según la crítica y con todas las excepciones que se
quieran, desde La noche de los muertos
vivientes (Night of the Living Dead,
George A. Romero, 1968) a Viernes 13 (Friday the 13th, Sean S. Cunningham,
1980). Hasta las décadas de los sesenta y setenta el cine americano no descubre
su propia tradición gótica literaria, pero cuando lo hace halla en ella la
retórica perfecta para tratar muchas cuestiones que preocupaban al país. Un
escenario que durante un par de décadas atrás ya venía dibujando el policiaco
de ambientación campestre, el de una América rural que había dejado de ser
idílica. El cine, y no sólo el de terror, se volvió violento, mostrando una
violencia sucia, desagradable, realista, en un clima moral tan desquiciado como
los propios protagonistas de las historias.
La América profunda había quedado
olvidada y dada de lado por el progreso. Y los urbanitas, al rencontrarse con
aquélla iba a sufrir su ira, su burla, sus ansias de venganza, su hambre y/o su
lujuria en títulos clave de la época como Defensa
(Deliverance, John Boorman, 1972), La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, Tobe
Hooper, 1974), Masacre en el condado de
Cuello Rojo (Poor Pretty Eddie,
Richard Robinson y David Worth, 1975), Las
colinas tiene ojos (The Hills Have
Eyes, Wes Craven, 1977), o La violencia
del sexo (I Spit in Your Grave, Meir Zarchi, 1978).
Fueron muchas las películas que, durante
los setenta, se estrenaron en suelo estadounidense mostrando esta confrontación
progreso/inmovilismo, entre la civilización de la América liberal de las
grandes urbes y la América rural profunda. La mayoría desde los márgenes del
sistema, desde el cine de explotación y enfocadas para las salas de grindhouse o los autocines, antes que la
irrupción de los blockbusters, la
imposición de las multi salas y la instauración del magnetoscopio acabaran con
aquéllos. Pese a que durante los ochenta y noventa se facturaron algunas cintas
de esta temática, sobre todo para su distribución en vídeo, pocas destacaron. Fue
con la llegada del nuevo siglo cuando tuvimos otro aluvión de rednecks vengativos/desquiciados de alto
voltaje. Los ataques terroristas del 11 S en 2001; la guerra con Irak,
con la invasión de este país por una coalición de varias naciones, encabezada
por los Estados Unidos, que comenzara oficialmente en marzo de 2003; y la Gran
Recesión de 2008, que daría lugar a una enorme crisis económica a escala
mundial, crearía una situación social equivalente a la crisis vivida en
la década de los setenta, un caldo de cultivo ideal para el descontento general
y un aferramiento a los valores tradicionales. El hillbilly horror tomaría de nuevo las pantallas, y los hicks volvieran a protagonizar un buen
puñado de títulos, algunos de gran éxito y calado popular, estrenados en cine o
directos al mercado doméstico. Donde caben destacar las aportaciones de gente
tan dispar como personal del calado de Rob Zombie o Ti West, con las sagas de
la familia Firefly y de Maxine Miller/Minx respectivamente.
Pese a su singularidad e idiosincrasia,
los esquemas del American Gothic se
extrapolaron a los más variados países, mostrando desde muy distintos rincones
del planeta el enfrentamiento campo/ciudad, tradición/progreso, cada uno a su singular
manera o copiando impunemente los modelos estadounidenses. Australia, Reino
Unido, Holanda, Francia, Noruega, y un largo etcétera responderían con sus
particulares aportaciones al cine de paletos furiosos.
El número 3 del Weird Magazine, la revista oficial del canal
de Youtube Videoclub Weird, está
dedicado, como bien reza su portada, al “Terror en las afueras. Especial
rednecks endogámicos y asesinos no urbanitas”. Un repaso a lo largo de sus 150
páginas a un frondoso ramillete de películas seminales de asesinos y matarifes
de la América profunda, junto a otros más recientes que se mueven por los
mismos parámetros. Recogiendo no sólo films usamericanos, sino también de otras
nacionalidades como Italia o España. Así como monográficos sobre el asesino
psicópata Ed Gein y sobre el personaje de Leatherface, el enmascarado carnicero
de la familia Sawyer que convertiría la sierra mecánica en un icono
imprescindible del cine de terror moderno. A cargo de las más que estimables
firmas de Fernando Rodríguez Tapia, José Luis Salvador Estébenez, José Manuel
Sarabia, Javier Pueyo, Juan Pedro Rodríguez, Octavio López Sanjuán, y
muchísimas más. Y con prólogo de Silvia Aguilar, la actriz protagonista de Una casa en las afueras (Eugenio Martín,
1980).
Una excelente y refrescante lectura para este verano caluroso.
Hazte con tu ejemplar contactando con:
Alfonso & Miguel Romero