martes, 12 de agosto de 2025

Weird Magazine # 3, julio 2025.

 


En 1960 se estrenaba Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960), naciendo el cine de terror moderno y entrando por la puerta grande la figura del asesino psicópata, cuya alargada huella llega hasta nuestros días. Tomando como base la novela homónima escrita por Robert Bloch (basada en las andanzas reales de Ed Gein, “el carnicero de Plainfield”), otra de las características esenciales de la película era su escenario: un marco rural alejado de la ciudad, de la civilización. Un paisaje que había dejado de ser placentero para convertirse en lugar propicio de las más terribles pesadillas. El film de Hitch anticipaba ciertas características esenciales del American Gothic, subgénero que se impondrá en las pantallas terminando el decenio. La acción de muchos de los grandes títulos del cine de terror de finales de los sesenta hasta comienzos de los ochenta tendría lugar en la América profunda, cuna de los valores tradicionales, funcionando como reflejo desfigurado de toda esa parte conservadora de los Estados Unidos que las dos grandes costas tienden a olvidar y ningunear. Apartados de la civilización, seríamos testigos de la putrefacción de los núcleos familiares, del envilecimiento de sus relaciones y vínculos por medio de un sinfín de agresiones sexuales, y de prácticas salvajes y primitivas. Más allá de la brutalidad mostrada por de sus imágenes, el American Gothic, a través del filtro que supuso el cine de género, sobrecogió al público de la llamada tierra de las oportunidades al plasmar la descomposición del sueño americano, que había mantenido durante tanto tiempo las ilusiones de todo el país. Y también la América profunda había terminado siendo una víctima más de ese final del American Dream.

La matanza de Texas (1974), edición VHS de Manga Films

Fueron los sesenta tiempos convulsos, la década en que América despertó, como se suele decir, cuando el país perdió su inocencia. Años de luchas por los derechos de las minorías. Además, el país entró en una guerra que por primera vez encontró el rechazo de buena parte de la población. Fueron tiempos de división y enfrentamiento generalizados. Las nuevas generaciones renegaron de las ideas (políticas, religiosas, morales, ...) de sus progenitores, buscando nuevas alternativas. Pero el verano del amor y el ideario hippie murieron junto a los cadáveres exquisitos dejados por los acólitos de Charles Manson en agosto de 1969. Los setenta despertaban con una gran resaca e iría todo a peor, con el fin forzado y forzoso de la guerra (perdida), el caso Watergate, la crisis del petróleo que agravaría aún más la cada vez más penosa situación de la industria pesada en el llamado “Cinturón del óxido”, etc. Tiempos de una división radicalizada de opiniones entre la tradición y la modernidad, entre conservadores y liberales. El cine, proyección de su época, supo mostrar estas inquietudes en la pantalla, y el choque cultural/social encontró acomodo en el American Gothic que, con la caída a finales de los sesenta del viejo y obsoleto Código Hays, que venía rigiendo qué se podía y qué no mostrar en las pantallas (pronto entraría en su lugar un nuevo código por edades) pudo mostrar sin tapujos toda la violencia que se palpaba en el ambiente.

Si en literatura el gótico americano vivió su etapa de oro en los años que median entre la Gran Depresión y la década de los sesenta, el periodo de esplendor del mismo en el cine estadounidense cubre, según la crítica y con todas las excepciones que se quieran, desde La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, George A. Romero, 1968) a Viernes 13 (Friday the 13th, Sean S. Cunningham, 1980). Hasta las décadas de los sesenta y setenta el cine americano no descubre su propia tradición gótica literaria, pero cuando lo hace halla en ella la retórica perfecta para tratar muchas cuestiones que preocupaban al país. Un escenario que durante un par de décadas atrás ya venía dibujando el policiaco de ambientación campestre, el de una América rural que había dejado de ser idílica. El cine, y no sólo el de terror, se volvió violento, mostrando una violencia sucia, desagradable, realista, en un clima moral tan desquiciado como los propios protagonistas de las historias.

Masacre en Texas 2 (1986), edición VHS de Izaro/Cannon.

La América profunda había quedado olvidada y dada de lado por el progreso. Y los urbanitas, al rencontrarse con aquélla iba a sufrir su ira, su burla, sus ansias de venganza, su hambre y/o su lujuria en títulos clave de la época como Defensa (Deliverance, John Boorman, 1972), La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, Tobe Hooper, 1974), Masacre en el condado de Cuello Rojo (Poor Pretty Eddie, Richard Robinson y David Worth, 1975), Las colinas tiene ojos (The Hills Have Eyes, Wes Craven, 1977), o La violencia del sexo (I Spit in Your Grave, Meir Zarchi, 1978).

Fueron muchas las películas que, durante los setenta, se estrenaron en suelo estadounidense mostrando esta confrontación progreso/inmovilismo, entre la civilización de la América liberal de las grandes urbes y la América rural profunda. La mayoría desde los márgenes del sistema, desde el cine de explotación y enfocadas para las salas de grindhouse o los autocines, antes que la irrupción de los blockbusters, la imposición de las multi salas y la instauración del magnetoscopio acabaran con aquéllos. Pese a que durante los ochenta y noventa se facturaron algunas cintas de esta temática, sobre todo para su distribución en vídeo, pocas destacaron. Fue con la llegada del nuevo siglo cuando tuvimos otro aluvión de rednecks vengativos/desquiciados de alto voltaje. Los ataques terroristas del 11 S en 2001; la guerra con Irak, con la invasión de este país por una coalición de varias naciones, encabezada por los Estados Unidos, que comenzara oficialmente en marzo de 2003; y la Gran Recesión de 2008, que daría lugar a una enorme crisis económica a escala mundial, crearía una situación social equivalente a la crisis vivida en la década de los setenta, un caldo de cultivo ideal para el descontento general y un aferramiento a los valores tradicionales. El hillbilly horror tomaría de nuevo las pantallas, y los hicks volvieran a protagonizar un buen puñado de títulos, algunos de gran éxito y calado popular, estrenados en cine o directos al mercado doméstico. Donde caben destacar las aportaciones de gente tan dispar como personal del calado de Rob Zombie o Ti West, con las sagas de la familia Firefly y de Maxine Miller/Minx respectivamente.

La casa de los 1000 cadáveres (2003) y Los renegados del diablo (2005), la familia Firefly y el hillbilly-horror en el siglo XXI.

Pese a su singularidad e idiosincrasia, los esquemas del American Gothic se extrapolaron a los más variados países, mostrando desde muy distintos rincones del planeta el enfrentamiento campo/ciudad, tradición/progreso, cada uno a su singular manera o copiando impunemente los modelos estadounidenses. Australia, Reino Unido, Holanda, Francia, Noruega, y un largo etcétera responderían con sus particulares aportaciones al cine de paletos furiosos.

El número 3 del Weird Magazine, la revista oficial del canal de Youtube  Videoclub Weird, está dedicado, como bien reza su portada, al “Terror en las afueras. Especial rednecks endogámicos y asesinos no urbanitas”. Un repaso a lo largo de sus 150 páginas a un frondoso ramillete de películas seminales de asesinos y matarifes de la América profunda, junto a otros más recientes que se mueven por los mismos parámetros. Recogiendo no sólo films usamericanos, sino también de otras nacionalidades como Italia o España. Así como monográficos sobre el asesino psicópata Ed Gein y sobre el personaje de Leatherface, el enmascarado carnicero de la familia Sawyer que convertiría la sierra mecánica en un icono imprescindible del cine de terror moderno. A cargo de las más que estimables firmas de Fernando Rodríguez Tapia, José Luis Salvador Estébenez, José Manuel Sarabia, Javier Pueyo, Juan Pedro Rodríguez, Octavio López Sanjuán, y muchísimas más. Y con prólogo de Silvia Aguilar, la actriz protagonista de Una casa en las afueras (Eugenio Martín, 1980).

Una excelente y refrescante lectura para este verano caluroso. Hazte con tu ejemplar contactando con:

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Alfonso & Miguel Romero