jueves, 4 de julio de 2024

Teenage Riot! Delincuentes juveniles en papel impreso.

 


It's easy to be good, it's hard to be bad

Stay out of trouble, and you be glad

Take this tip from me, and you will see

How happy you will be

Oh-oh, boys and girls, this is my story

And I add all of my glory

I know, because I'm not a juvenile delinquent

“I’m Not a Juvenile Delinquent” de Frankie Lymon & The Teenagers


La década de los cincuenta, años de fuerte represión conservadora en los Estados Unidos, trajo consigo diversas cazas de brujas. La más conocida (o deberíamos decir “infame”) fue la comandada por el senador Joseph Raymond McCarthy en su búsqueda y captura de todo lo que oliera a comunismo, una cruzada contra el “enemigo rojo” que afectó principalmente a la industria del cine. Muchos profesionales de Hollywood vieron sus carreras gravemente afectadas, cuando no prácticamente arruinadas, y no pocos emigraron a Europa para poder seguir trabajando. Por su parte, el psiquiatra Fredric Wertham, desde su ensayo La seducción de los inocentes (Seduction of the Innocent, 1954), tachó a los cómics de literatura menor y los culpó de corromper a la juventud, responsabilizándolos de la delincuencia juvenil. Ello supuso un gran golpe al mundo de la historieta, creándose el Comics Code Authority para regular qué se podía y qué no se podía mostrar en las viñetas, y dañando especialmente a la editorial EC comandada por William Gaines y a sus distintas colecciones dedicadas a los tebeos de terror. También en aquellos años, concretamente en 1952, y debido al aumento de la criminalidad entre los adolescentes, el Senado de los Estados Unidos formó un subcomité para encargarse de la delincuencia juvenil y se culpó una vez más a la cultura popular: comics, libros, revistas y películas fueron los principales objetivos a perseguir e investigar celosamente.

Estados Unidos, una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, vivió un periodo de crecimiento económico reflejado después en aquellos anuncios de electrodomésticos y demás signos del bienestar y la estabilidad social tan propios de la década de los cincuenta. Los adolescentes de aquella década fueron la primera generación que disfrutó tanto de tiempo libre como de (cierto) dinero para gastar. No tardaron en surgir en las distintas ramas del entretenimiento una amplia gama de productos orientados a estos nuevos jóvenes. Una generación que, no obstante, rompió moldes respecto a los gustos y horizontes de sus padres, con una forma novedosa de vestir y de peinarse que miraba hacia los recientes ídolos que llegaban del mundo del cine y de la música principalmente. La fusión de ritmos blancos y negros dio lugar al Rock ‘n’ Roll, un sonido que en un principio muchas emisoras se negaban a pinchar, pero que terminaría imponiéndose debido a la gran aceptación que tuvo. Surgen en aquellos años los primeros grupos de jóvenes con ciertas inquietudes y gustos similares que décadas después se llamarían subculturas. Muchos jovenzuelos, en contra del agrado paterno, empiezan a vestir vaqueros con vuelta, cazadoras de cuero y botas, y llevan el pelo largo y grasiento (peinado con pomade), lo que les proporcionará el apelativo de greasers. Mostrando además cierta querencia por las motos y los coches (empezando la customización de muchos autos antiguos, los denominados dragsters). La imagen idílica de la familia perfecta vendida desde los spots publicitarios y aquellas buenas costumbres de tiempos pretéritos (y que siempre se recuerdan mejor) parecía romperse con la irrupción de estos teenagers con ganas de diversión.

Ese incremento en la trasgresión de leyes y (buenas) costumbres entre la gente joven que alarmaba a la sociedad desde los titulares de los periódicos y que había movilizado hasta al Senado del país sería, empero, bien explotado por los mismos medios populares a los que responsabilizaban de la caída de los adolescentes en el mundo del crimen. Las primeras películas sobre delincuentes juveniles pueden rastrearse desde los años treinta, claros ejemplos son las distintas aventuras de los Dead End Kids [1] y algunos títulos de pura exploitation como Reefer Madness [dvd: El cigarro de la locura, 1936], de Louis J. Gadnier, que versaba sobre los peligros del consumo de marihuana entre la juventud. Aunque, ya lo hemos dicho en otras entradas en este mismo blog, fue a partir de los años cincuenta cuando el cine, especialmente el usamericano, se ocupó de la temática de los delincuentes juveniles. En ocasiones de manera tangencial, como esa pandilla de greasers chicanos que atormentan al personaje de Janet Leigh en Sed de mal (A Touch of Evil, 1958), de Orson Welles, pero en muchas otras ocupaba la trama central del film. Las majors dieron buena cuenta de ello, y de este modo Columbia estrenaría Salvaje (The Wild One, 1953), dirigida por Laslo Benedek, adaptando un relato de Frank Rooney, y que tuvo como protagonista a Marlon Brando, uno de los nuevos ídolos de la década; Metro Goldwyn Mayer presentó Semilla de maldad (Blackboard Jungle, 1955), realizada por Richard Brooks, y que contó en su banda sonora con el tema de Rock ‘n’ Roll “Rock Around the Clock” a cargo de Bill Haley & His Comets [2]; mientras que Warner Bros llevaba a los cines Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause, 1955), con Nicholas Ray en la realización, trasladando a la pantalla el libro homónimo de Robert Lindner publicado en 1944. Pero serían las pequeñas productoras especializadas en títulos de serie B, como American International Pictures, Allied Artists Pictures o Imperial Pictures [3], las que más jugo sacaron a este tipo de producciones, facturando una catarata de títulos volcados los más de ellos en la vertiente explotativa, como sería el caso de, por ejemplo, Motorcycle Gang [tv/dvd: Pandilla de motoristas, 1957], de Edward L. Cahn, o High School Hellcats (1958), de Edward Berns, la primera una producción de Golden State  y la segunda de Indio Productions, ambas fueron distribuidas por los avispados de la AIP. Títulos destinados al público joven para su consumo en autocines, muchas veces con una historia y/o un final moralizante, pero, y ahí estaba lo importante, repletos de chicos con cazadoras de cuero y cabellos grasientos, chicas atrevidas y de apretadas curvas, unos y otras con ganas de pasarlo bien, alcohol, drogas, coches, motos, peleas, Rock ‘n’ Roll, etc... De igual manera, fue desde los márgenes de la literatura, desde los paperbacks o libros de bolsillo (que continuaron la labor de las anteriores revistas pulp), donde más se trató dicha temática en el mundo de la letra escrita. Los paperbacks vivieron su época de mayor esplendor (siguiendo a Lee Server) entre 1945 y 1955 [4]. Unos libros de tapa blanda y precio asequible para cualquier cartera que, debido a sus temas a tratar y puntos de vista, quedarían durante décadas arrinconados, cuando no olvidados, por los historiadores. Ya en el presente siglo, como tantas obras de la cultura popular, se verían reivindicados por coleccionistas que harían que el valor de mercado de sus viejos ejemplares llegara a alcanzar precios desorbitados.

Irving Shulman hizo muy buenas ventas con la novela The Amboy Dukes (1946), que sería llevada al cine por la Universal en City Across the River (1949) [5], cinta que contó con la dirección de Maxwell Shane y con un jovenzuelo Tony Curtis en su primer papel acreditado. Shulman se trasladaría a Hollywood, donde trabajó en tareas de guionista, colaborando en el libreto de uno de los títulos fundamentales de las películas de estos teenagers problemáticos, la ya nombrada Rebelde sin causa. Cuando Shulman fue apartado del proyecto, su novela Children of the Dark fue rápidamente impresa. De todos modos, en cuanto a su relación con la gran pantalla, el escritor no trataría más la cuestión que nos concierne en estas líneas.

Si hay un nombre esencial en la ficción escrita sobre delincuentes juveniles ese es el del neoyorkino Hal Ellson, quien escribió una ingente cantidad de novelas sobre la temática. Historias sórdidas, con un lenguaje directo carente de dobles lecturas y utilizando el argot propio de los adolescentes, sin finales felices, y ambientadas la mayoría de ellas en el neoyorkino Brooklyn. Él mismo había nacido en dicho distrito en 1910, y vivió la Gran Depresión, pasando penurias y hambre. Trabajando un poco de todo, observó de primera mano las mafias y la delincuencia de las calles y los muelles. Había publicado cientos de relatos en periódicos y revistas de pequeñas tiradas cuando en 1949, a la edad de 39 años, vio la luz su primera novela, Duke [6]. Narrada en primera persona, versaba sobre un chico negro que malvive trapicheando con drogas por Harlem (y ocasionalmente por Brooklyn). La seguiría al año siguiente Tomboy, esta vez la protagonista era una muchacha y de orígenes irlandeses que anda metida en una pandilla juvenil [7]. La novela resultó novedosa por el punto de vista tomado, e inspiraría a Marcel Carné su película Terrain vague [tv: El solar, 1960]. Ellson fue el responsable de retratar las pandillas criminales de chicas que en aquellos tiempos empezaban a expandirse [8]. Como en el mundo del celuloide, la década de los cincuenta fue la mar de fecunda en cuanto a la ficción literaria de delincuentes juveniles, y Ellson fue el más prolífico en el tema de los escritores que lo trataron. Algunas de las novelas del autor pudieron leerse en español, caso de Jailbait Street, publicada originalmente en enero de 1963 por Monarch Books y que pudimos leer como Callejón sin salida dentro de la Colección Jaguar de la mexicana Editorial Diana.



Dos ediciones de Tomboy

Un importante punto de inflexión lo supondría para los libros de bajo coste la instauración en 1952 de una nueva compañía. Ian Ballantine, un británico que era ya perro viejo en estas lides y que en las Islas había arrasado en su puesto para Penguin Books, fue llamado desde Estados Unidos por Bantam Books. En el seno de esta casa no logró mucho éxito al tratar de introducir sus ideas, pero las continuaría desde su propia empresa, Ballantine Books, Inc. La segunda referencia de Ballantine sería The Golden Spike de Ellson. Ballantine estaba en las filas de Bantam cuando se publicó Tomboy y comprobó su enorme éxito. The Golden Spike trataba de manera muy gráfica el tema de la drogadicción adolescente, y la novela supuso el principio de la relación entre Ellson y Ballantine, la seguirían Summer Street, Rock, y Tell Them Nothing.

A mediados de la década docenas de nuevos ejemplares veían la luz cada mes [9]. Las palabras delinquent y teenage se repetían contantemente en los títulos como claros ganchos comerciales. Ellson, evidentemente, no estaba solo. Un largo reguero de escritores se animaron a retratar (o fantasear sobre) la delincuencia juvenil, algunos de los cuales se harían tarde o temprano un nombre en el mundo de las letras, caso de Benjamin Appel, autor de la aplaudida The Funhouse en 1959, y quien en el campo de la ficción que nos interesa nos ofreció en 1952 Alley Kids (publicada en México por Diana como Delincuentes juveniles en 1966), o  Harlan Ellison, uno de los grandes nombres del terror y la ciencia ficción de los sesenta, que en 1958 publicaba (con portada original de Rudy De Reyna) para Pyramid Books Rumble (posteriormente sería revisada y editada como Web of the City). Fueron muchos más los nombres que escribieron sobre chicos y chicas con cazadoras de cuero y conducta delictiva, caso de David William con Basement Gang (que editaron en 1953 tanto Intimate Novel como Complete Novel Magazine), David Hulburd que en 1954 nos ofrecía H is for Heroin (publicado por Popular Library con portada a cargo de Rafael DeSoto), Alan Bennett en 1959 con Savage Delinquent (en cuya edición a cargo de Bedside Books lucía en la portada la conocida pin up Bettie Page), William P. McGivern en 1961 con Savage Streets (fuertemente influenciado por Harlan Ellison y Hal Ellson)... y tantos más...

Rumble de Harlan Ellison

Conforme avanzaban los sesenta, los pandilleros con el pelo grasiento y con cazadora de cuero propios de la década anterior se verían desplazados por los surfistas, los bikers a lo Hell Angels, y los hippies, estos últimos hijos naturales de la contracultura que reinaba entre los jóvenes. El Rock’n’Roll más primitivo dejó paso al pop que desembarcaba procedente del Reino Unido, además de a nuevos sonidos patrios que se iban poco a poco imponiendo, como el soul, el surf, la psicodelia y otros. En los controvertidos setenta, George Lucas dio el pistoletazo de salida con American Graffiti (American Graffiti, 1974) a lo que se denominaron “películas de nostalgia”, una mirada a tiempos más sencillos (y felices) a comienzos de los sesenta, poco antes de la “invasión británica” y en cuyo tramo final acontecía el asesinato del presidente John F. Kennedy, el momento en que América despertó. A la cinta de Lucas la siguieron Días felices (The Lords of Flatbush, 1974), de Martin Davidson, Coolie High [tv: Instituto Coolie, 1975], de Michael Schultz, o Las pandillas del Bronx (The Wanderers, 1978), de Philip Kaufman. Pero, paradójicamente, fueron los británicos quienes en los setenta reclamaron una vuelta del viejo Rock’n’Roll hecho dos décadas antes, junto a la imagen y simbología del rebelde made in USA de aquellos tiempos por parte de una nueva generación de teddy boys. Una primera reivindicación en Estados Unidos por la década de los cincuenta se dio ya en los ochenta, con Ronald Reagan en la Casa Blanca. El reaccionario gobierno del presidente Reagan miró hacia los cincuenta como el espejo perfecto de una época tranquila y conservadora, al contrario de los bulliciosos y cada vez más violentos sesenta y setenta. Muchas películas (y algunas de gran éxito y calado popular) se volvieron a ambientar en aquella década dorada. Desde el mainstream, las majors apuntaban a reverdecer laureles de grandes nombres de la música de los cincuenta como Patsy Cline, Ritchie Valens o Jerry Lee Lewis.

Pero respecto a las novelas (así como en relación a las películas) sobre delincuentes juveniles de las que hemos estado hablando en estas líneas, tendríamos que dirigirnos hacia el underground, al mundo de los fanzines y las publicaciones independientes hechas por fans, y hacer mención especial a Miriam Linna (baterista de The Cramps a mediados de los setenta, antes de que se sentara a los parches Nick Knox), quien empezó a publicar por 1984 el fanzine Bad Seed, dedicado a la temática que aquí nos concierne [10]. La idea surgió a partir de un artículo sobre los paperbacks de los años cincuenta titulado “1,000,0000 Delinquents”, escrito por la propia Miriam para el número tres del fanzine Kicks [11], tras el cual decidió editar una publicación volcada en el tema y que tratara no sólo de los libros de bolsillo, sino también sobre películas, revistas y canciones. Posteriormente y bajo el mismo nombre de Bad Seed publicó una serie de colecciones de treinta postales recuperando aquellas fabulosas portadas de los paperbacks y los posters de los films. También imprimiría otro fanzine, The Smut Peddler, dedicado a los libros de bolsillo, pero en esta ocasión enfocado a los paperbacks para adultos de los sesenta. Y no quedaría ahí la cosa, en publicaciones de terceros, caso de la revista Tease! (centrada en el mundo del burlesque), continuó escribiendo sobre juvenile delinquents [12].


La portada de Hell to Pay reproducida en en el fanzine Bad Seed

En los noventa fueron muchas, muchísimas, las portadas de discos, sobre todo de Rock’n’Roll y rockabilly, las que aprovecharon para ilustrar sus carátulas con aquellas maravillosas cubiertas de los libros de bolsillo de Ellson y compañía y de las cintas de serie B de la AIP y demás, apropiándose de paso en no pocas ocasiones asimismo de sus títulos. Más juvenile delinquents en los noventa, John Waters, en su primer trabajo para una major, la Universal, volvió la vista a las viejas producciones de los cincuenta para su musical satírico Cry Baby (El Lágrima) (Cry Baby, 1990), al mismo tiempo que se inspiraba en fotografías de revistas de pin ups y beefcakes de la época para componer algunos planos. El realizador de Baltimore, por supuesto, se ponía del lado de los chicos malos, la pandilla de los Drapes, liderada por Wade Walker, apodado “El Lágrima” (un apropiado Johnny Depp). Y en 1994 el canal Showtime produjo bajo el nombre de Rebel Highway una serie de diez telefilmes basados (al menos en sus títulos originales) en películas de delincuentes juveniles de los dorados cincuenta, contando con directores curtidos en la serie B y la exploitation como Jonathan Kaplan, Ralph Bakshi, Mary Lambert, Allan Arkush, John McNaughton, John Milius [13], Uli Edel, o un Robert Rodriguez en uno de sus primeros trabajos y quien nos dejó el mejor trabajo del lote, Roadracers [tv: El indomable], con David Arquette y Salma Hayek en los roles principales y con la música de Link Wray y Hasil Adkins.

Ya en el corriente siglo, aparte de la revalorización (en todos los sentidos) de los paperbacks originales (como citábamos más arriba), han sido de nuevo sus geniales portadas las que (junto a otras de diversos géneros) se han reunido en distintos volúmenes que tratan el arte de los libros de bolsillo. Ilustraciones que son por sí mismas pequeñas y geniales obras pictóricas que lucen hoy incluso mejor que en su día, dado por otra parte lo desangelado de las cubiertas de las publicaciones actuales. Al igual que aquellos posters maravillosos y explotativos (también mentirosos en ocasiones, o al menos prometían más de lo que daban en realidad) de las películas de delincuentes juveniles de los años cincuenta, que mantienen su atractivo frente a los formularios, tristes y aburridos carteles de los estrenos de hoy día.

Alfonso & Miguel Romero

[1] Los Dead End Kids fueron un grupo de jóvenes actores de la ciudad de Nueva York que aparecieron en la obra de Broadway Dead End de Sidney Kingsley en 1935. En 1937, el productor Samuel Goldwyn se los llevó a Hollywood y convirtió la obra en una película.

[2] En el estreno en el Reino Unido de Semilla de maldad, al sonar el “Rock Around The Clock” los jóvenes teddy boys (subcultura propiamente británica) apreciaron el Rock’n’Roll como el sonido que andaban buscando.

[3] E incluso más pequeñas, caso de Dél Productions, que llevó a cabo The Violent Years (1956), dirigida por William Morgan a partir de un guion de Ed Wood.

[4] Como bien indica Jesús Palacios en su artículo “Caspa Fiction” para el fanzine 2000 Maníacos en su número veintiuno (noviembre de 1999).

[5] Anunciada en prensa para su estreno en España como Dime con quién andas, al final no se pasaría por salas en nuestro país. Se vio posteriormente en Filmoteca con el título original en inglés.

[6] Publicada originalmente con pasta dura por Scribner’s, en 1950 una edición más barata de pasta blanda saldría de la mano de Popular Library, y en 1951 la relanzó Banton Paperback.

[7] En una de sus múltiples ediciones contó en la cubierta con el arte de James Bama, con su habitual composición de figura apoyada en una pared y con las piernas cruzadas.

[8] En el cine, las pandillas femeninas se verían en películas como Teenage Doll (1957), producida y dirigida por Roger Corman. Una producción de Woolner Brothers Pictures Inc. distribuida por Allied Artists Pictures.

[9] Como también ocurrió en el mundo del cine, algunos libros volvían a ser reeditados con diferente título como técnica comercial un tanto fraudulenta.

[10] El primer número del fanzine Bad Seed reproducía en su portada la cubierta del bolsilibro Hell to Pay, escrito por William R. Cox para Signet Book, y cuya primera edición data de enero de 1960. En la portada, obra de Robert Schulz, tenemos en primer plano un greaser sosteniendo amenazante una navaja, un tipo que luce muy parecido al cantante Vince Taylor.

[11] Miriam Linna estuvo muy involucrada en lo referente a la cultura popular, y formó parte importante de las escenas garage, punk y rockabilly. Junto a su compañero, Billy Miller, editaría el fanzine Kicks, dedicado al Rock’n’Roll, los dos primeros números salieron en 1978 y tras un parón lo retomarían con el número tres en 1984.  También montaron el sello Norton Records, desde el que recuperaron no pocas joyas olvidadas de los cincuenta y sesenta. Además de militar ambos al frente de dos bandas tan interesantes como The Zantees, que estuvo en activo entre 1979 y 1983 aproximadamente y que nos legó un par de LPs y un puñado de 7”, y después con los A-Bones, que igualmente dejaron grabados un buen puñado de discos de lo más recomendables, y estuvieron funcionando desde 1984 hasta el óbito de Billy en 2016.

[12] Su artículo “She Wolves in Blue Jeans”, sobre los bolsilibros de teenagers problemáticos de los cincuenta, salió impreso en el número cinco (1995) de la citada revista.

[13] Milius se ocuparía de rehacer el Motorcycle Gang de Edward L. Cahn. Este remake se vería por televisión en nuestro país con el título de Los motoristas del miedo.


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