martes, 11 de noviembre de 2025

La Costra



-         ¿Doctor, me encuentro bien?

-         Claro, lo único que le encuentro es una pequeña costra en su brazo. Pero por lo demás esta usted como un roble.

-         Sí, me hice una pequeña herida  al trepar a un árbol el otro día haciendo un poco el payaso, la verdad.

-         Muy bien Jaime, hasta la próxima visita.

-         Gracias, doctor.

 

Jaime salió de la consulta del médico sin pensar que aquella costra le iba a traer más de un problema.

Se marchó para su casa, donde le esperaba su esposa Ángela.

 

-         ¿Cariño, eres tú?

-         Sí ¿quién quieres que fuera, Tom Cruise?

-         Déjate de tonterías ¿qué tal en el médico?

-         Bien, estoy de fuerte como un roble. Por cierto ¿qué vamos a cenar?

-         Vamos mejor a un restaurante chino, me apetece.

-         Bien, vamos pues.

 

Cenaron dos rollitos de primavera, cerdo agridulce, fideos fritos con gambas y unos postres de limón.

En el postre Ángela se fijó en la costra que Jaime tenía en el brazo, le pareció que la tenía más grande que esa misma mañana y su aspecto era un poco repulsivo. Pero decidió no preocuparle.

Terminaron de cenar y se marcharon a su casa.

Ya en la cama a Jaime le empezó a doler el brazo, fue al baño. Se llevó bastante tiempo ahí metido, Ángela se estaba preocupando y lo llamó. Jaime salió del baño, tenía cara de asustado.

 

-         Jaime ¿qué ocurre, te pasa algo? Por dios, tienes esa costra grandísima. Mañana iras de nuevo al médico.

-         De acuerdo Ángela.

 

A la mañana siguiente Jaime y su esposa se encontraban en la consulta del doctor.

 

-         Jaime ¿seguro que esta herida se la hizo en un árbol? ¿pero qué clase de árbol puede hacer esto?

-         Doctor, se lo hizo el domingo pasado, con un árbol muy alto y viejo. La verdad, tenía un aspecto tenebroso.

-         Vamos a mirarla más de cerca ¡Por dios, parece corteza de  un árbol!

 

DOS MESES MÁS TARDE

 

-         Dios mío, abre la puerta Jaime, vamos a que te vea el doctor.

-         ¿Para qué? Me estoy volviendo un monstruo, no quiero que me veas.

-         Abre la puerta, soy tu puñetera mujer, tengo derecho a saber qué coño te pasa ¡Abre la puta puerta de una vez!

 

Jaime abrió la puerta, Ángela entro en la habitación para poder observar con terror como su marido tenía todo el cuerpo cubierto de corteza de árbol. Ángela gritó.

 

-         ¿Qué te esta ocurriendo? ¡Te estas convirtiendo en un puto árbol!

 

Ángela empezó a reírse a carcajadas, estaba histérica. Se calmó un poco, abrazó a lo que era su marido y lloró con fuerza.

 

-         Cariño ¿qué te ha pasado? Fue ese maldito árbol, no tengas miedo amor, te vas a curar.

 

Volvió abrazar a Jaime, convertido simplemente en corteza.

 

SEIS MESES DESPUÉS

 

Jaime, mirando a su esposa, se dio cuenta de que no podría continuar así. Perdió todo o casi todo, ya no tenía brazos, tenía ramas, en esas ramas ya no quedaban dedos sino hojas, sus piernas ahora convertidas en raíces. Solo le quedaba su corazón, boca y uno de sus ojos. Este lloraba por él y antes de que se le cerrara la boca, suplicó a su esposa:

 

-         Ángela, si me quieres, mátame. ¡Estoy sufriendo! ¿O es que no lo ves?

-         Jaime, tranquilo mi vida. No te pasa nada. No tengas miedo, amor.

 

Ángela se había vuelto loca. Una de las noches arrastró a su marido, o lo que fue su marido, y lo plantó en el jardín de la casa.

 

-         Jaime plantado en el jardín… venga ya, Ángela. ¿Dónde esta su marido? Hace ya más de seis meses que no va a consulta, y por lo que he oído, ni al trabajo.

-         Doctor Martín, es verdad. Se encuentra en nuestro precioso jardín.

-         De acuerdo, pues enséñemelo.

 

El doctor Martín fue a la casa de Ángela. Ella llevó al doctor hacia el jardín.

 

-         Muy bien, dice que ese es su marido.

-         Sí.

-         No me lo creo, señora. ¿Si le hago algo le dolerá?

-         No se le ocurra hacerle daño, doctor.

 

El doctor Martín sacó una pequeña navaja. La clavó en el tronco del árbol y la retiró de inmediato. Brotó un líquido rojo, era sangre.

Ángela cogió del suelo del jardín unas tijeras de podar y, sin pensarlo dos veces, se la clavó en la cabeza al doctor Martín, brotando de ella un río de sangre.

Ella excavó una fosa al lado del árbol que un día fue Jaime, y enterró al doctor.

Pasaron varios días desde que el doctor visitara la casa de Jaime y Ángela.

 

Los vecinos estaban preocupados, no veían a Jaime hacia meses. Y su esposa llevaba ya un mes sin salir de casa. Llamaron a la policía.

La policía se encontraba en la puerta, pero nadie abrió. Derribaron la puerta. De la casa salía un olor nauseabundo, se encontraba toda a oscuras, sólo se veía un pequeño filo de luz que entraba por la ranura de las cortinas de la puerta del jardín. La policía abrió la puerta del jardín. Encontraron totalmente desnuda a Ángela, abrazada a su marido, para los demás estaba abrazada a un árbol.

Los policías la cogieron y la cubrieron con una manta. Le preguntaron dónde se encontraba su marido. Ella respondió que su marido estaba enfrente de ellos. Los policías le volvieron a preguntar.

 

-         Mi marido está tomando el sol. ¿No veis ese árbol tan grande y hermoso? pues ese es mi marido ¿Es que sois tan estúpidos que no lo podéis ver?

 

Un policía que estaba al lado del árbol vio que en el suelo, al lado, se veía un trozo de tela. Estaba enterrado, lo intento coger pero este no cedió, había algo más de peso que lo sujetaba. Llamó a los demás.

Excavaron y vieron que allí había enterrada una persona con unas tijeras de podar en el cráneo. El cuerpo estaba putrefacto, algunos tuvieron que taparse la nariz para no vomitar.

Las raíces del árbol penetraron en el cuerpo del muerto, por la boca, el ano y por los que una vez fueron ojos.

 

Se llevaron a Ángela. Al poco tiempo fue juzgada por el asesinato del doctor Martín y el de su propio esposo, que nunca pudieron encontrar el cuerpo.

Ya en un sanatorio para criminales peligrosos, aislada totalmente, decidió poner fin a su vida. Dejó una nota al lado de su cuerpo, en ella había escrito:

 

“Lo siento Jaime, por dejarte solo en casa. Sin tu calor ni cariño no quiero seguir viviendo, te amo”

 

Caso cerrado.

 

LA CASA ABANDONADA

DOS AÑOS DESPUÉS

 

-         Luis nos vamos a meter en un buen lío como nos cojan entrando en esta casa...

 

-         Venga Paula, no seas tonta. Vamos a entrar para ver el árbol de la loca esa que decía que era su marido.

 

-         ¡Joder, que es ese! Es un árbol horrible.

 

-         Paula, te va a escuchar.

 

-         Idiota, no me asustes.

 

-         Mira en este agujero estaba enterrado el médico de la familia. Dicen que se lo comió el árbol, incluso cuando lo encontraron tenía ramas hasta en el culo.

 

-         ¡Qué asco! Venga, nos vamos ya.

 

-         Espera un poco, Paula. Dicen que la mujer hacía el amor con ese árbol, la encontraron en pelotas refregándose contra el árbol.

 

-         ¡Dios, pobre mujer! Murió ¿verdad?

 

-         Sí, Paula. Ven, vamos a subirnos al árbol.

 

-         Luis, yo me voy a mi casa. Si quieres, pues súbete tú. Parece que me está mirando ¡qué horror!

 

-         Pues vete. Adiós, tonta cagada.

 

-         Ojala el árbol te dé por el culo, capullo.

 

-         Asco de mujeres. Vete ya para tu puta casa. Bueno, por fin solo, árbol de los cojones, te voy a trepar.

 

 

El joven se puso a trepar por el árbol, pero ¡qué fatalidad! se enganchó el pantalón en una de las ramas y, al tirar, se hizo un pequeño corte en la piel.

 

- ¡Mierda, joder! Mira que engancharse el puto pantalón... Vaya, tengo un poco de sangre… Tranquilo, ya se secará y se formará una pequeña costra...



Cuento sacado de mi libro 13 Relatos macabros

Cuento de 1992

Texto y dibujo de Malina Murnau

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