miércoles, 29 de marzo de 2023

De perdidos al río

Título original: Whithout a Paddle


Año: (2004, Estados Unidos)


Director: Steven Brill


Productores: Donal De Line, Lynsey Jones


Guionistas: Fred Wolf, Harris Goldberg, Tom Nursall, Jay Leggett, Mitch Rouse


Fotografía: Jonathan Brown


Música: Christophe Beck


Intérpretes: Matthew Price (joven Tom), Andrew Rumbold (joven Dan), Calr Snell (joven Billy), Antony Starr (Billy Newwood), Dax Shepard (Tom Marshall), Matthew Lillard (Jerry Conlaine), Seth Geen (Dan Mott), Nadine Bernecker (Angie), Danielle Cormack (Tony), David Stoot (Dick Stark), Bonnie Somerville (Denise), Scott Adsit (hombre grasiento), Morgan Reese Fairhead, Liddy Holloway (Bonnie Newwood), Mia Blake (Giselle), Bruce Phillips (ministro), Kate Harcourt (anciana), Ray Baker (sheriff Briggs), Gregory Cruz (guía del río), Ethan Suplee (Elwood), Abraham Benrubi (Dennis), Rachel Blanchard (Flor), Christina Moore (Mariposa), Burt Reynolds (Del Knox), Susan Brady (Leslie), Connor Carty-Squires (boy scout), ...

Sinopsis: Al fallecer un amigo común y reencontrase en el entierro de éste, tres treintañeros deciden cumplir el sueño del difunto: encontrar el dinero del caso de D.B. Cooper.


En estos tiempos de conservadurismo sociocultural en los que parece imperativo que toda película tiene que ser seria, dramática y tratar temas importantes y/o de actualidad. En los que la corrección política, el buenrollismo, lo woke, los inclusivismos y demás tonterías encadenan y esclavizan, como la actual censura que son, la libertad de expresión. Obligando a sus responsables a acatar una serie de reglas que dan como resultado unos productos insípidos, profilácticos, donde reina una armonía impostada y falsa, que edulcoran y falsean incluso la Historia, mientras como el Gran Hermano son vigilados celosamente (y hasta el delirio) por un puñado de reaccionarios travestidos de liberales de nuevo cuño, lobos con disfraz de cordero. Tiempos, decíamos, en los que una cada vez más aplastante producción en el terreno del audiovisual en términos globales no lleva pareja una mayor calidad intrínseca, y aún menos una variedad cultural específica al ser impuesta una única línea de pensamiento. En los que los directores se pretenden la mayoría “autores” (en el más cahierista de los significados), olvidando el increíble legado de tantos y tantos “artesanos” profesionales del séptimo arte al servicio de la industria y el público. En los que los géneros han mutado (para mal), y el terror se quiere ver “elevado” mientras la comedia (que tira casi siempre a la “dramedia”) tiene que tener “mensaje” y reflejar una “crítica” para con algún tema candente. En los que buena parte de la crítica e incluso, y esto es aún más triste, de un público que se ha auto colocado galones, miran desde sus altares el trabajo de los demás con desprecio y arrogancia, despotricando contra todo lo que se salga de sus personales y particulares gustos y preferencias. En las que los cinéfilos gafapastas continúan buscando la puta película perfecta en cada cinta que se estrena (ahora más en plataformas que en salas), midiéndolo todo con el rasero de Bergman, Bresson y Dreyer. En los que una legión de freaks, unidos y fortalecidos a través de las redes, creen haber descubierto (y algunos hasta parece que han inventado) el cine de unos pocos años a esta parte, ciñéndose las más de las veces a reivindicar un puñado de títulos manidos que ellos tildan de obras maestras... En estos tiempos a algunos aún nos gusta, en lugar de sacudirnos la caspa y mirar por encima del hombro a todo/s lo/s demás, mejor disfrutar no sólo de las (supuestas) grandes obras de cine, que también, sino además de las películas de mero entretenimiento. Esas que se ruedan sin mayor pretensión que la de hacer al respetable desconectar durante una hora y media, más o menos (o eso era hasta hace unos años), y que gustan aún más en compañía y con una(s) cerveza(s) y algo para picar. 



El terror y la comedia siguen siendo, aún hoy, los dos géneros más denostados, precisamente por la enorme cantidad de trabajos rodados para un consumo rápido y destinados, en múltiples ocasiones, a un público juvenil y desprejuiciado. Algunas décadas (por motivos políticos, sociales, económicos, etc) fueron más proclives a una mayor producción orientada a una audiencia adolescente, como sucedió durante los cincuenta y los ochenta del pasado siglo XX. El nuevo siglo (y milenio), coincidiendo con la caída del VHS y la irrupción del DVD, así como con la proliferación de canales especializados, arrancó igualmente con una generosa producción cinematográfica que tenía a la audiencia joven en su principal target, continuando por ofrecer a ésta nuevas películas de los géneros citados. Propuestas que recuperaban y adaptaban para su momento los códigos que triunfaran en décadas anteriores. La comedia universitaria y sexual irrumpió con las fuerzas renovadas, y de igual modo los productores se empeñaron en traer el cine de terror teen de nuevo a las carteleras (y los videoclubs) por medio de un puñado de remakes de clásicos del género y de producciones afines.

De perdidos al río fue una de las muchas comedias juveniles que se rodaron a principios de los 2000. Una película que, siguiendo a títulos teenager señeros de los ochenta, como Los Goonies (The Goonies, 1985) de Richard Donner (con Steven Spielberg en la producción), nos proponía la búsqueda de un tesoro a cargo de un grupo de jóvenes. Aunque en esta ocasión no se trataba de una pandilla de niños, sino de un trío de treintañeros inmaduros que se comportan como unos adolescentes. La película que aquí nos interesa tomaba como su particular quimera la búsqueda del dinero que se agenció el criminal conocido como D.B. Cooper [1]. Su huida de la justicia y la incertidumbre en relación a su paradero seguiría intrigando al público con el paso de los años, ya que es el único caso de piratería aérea que sigue sin resolverse en los Estados Unidos [2]. En De perdidos al río se especula que, al saltar del avión secuestrado, D.B. Cooper debió de caer en Oregón (aunque el rodaje tuvo lugar realmente en Nueva Zelanda por motivos económicos), y hasta allí se desplazan los chicos protagonistas en homenaje póstumo a su amigo de la infancia que acaba de fallecer, ya que la busca de ese dinero era el gran sueño del difunto.

Los papeles principales, los del trío de treintañeros protagonistas, recayeron en Dax Shepard, Matthew Lillard y Seth Green [3]. Todos muy bien escogidos para unos personajes que parecen escritos a su medida. El primero no había intervenido en muchos títulos antes del que aquí nos interesa, mientras que sus dos compañeros tenían ya a esas alturas una larga experiencia frente a las cámaras, trabajando sobre todo en comedias y en algunos títulos fantaterroríficos. ¿Quién no recuerda a Lillard en Scream. Vigila quien llama (Scream, 1996), de Wes Craven, o a Green en El diablo metió la mano (Idle Hands, 1999), de Rodman Flender, y la serie Buffy, cazavampiros (Buffy the Vampire Slayer (1999-2003), creada por Joss Whedon?, varias de las mejores y más inteligentes muestras del terror teen de su época. Ambos intérpretes además cuentan, en sus extensas trayectorias, con muchos trabajos prestando sus voces en aplaudidas producciones de animación.



La dirección corrió a cargo del neoyorkino Steven Brill. Un tipo conocido por su participación en el campo de la comedia, tanto en tareas de guionista, caso de la producción Disney Somos los mejores (The Mighty Ducks, 1992) y sus dos secuelas o Listos para luchar (Ready to Rumble, 2000) [4]; como en los títulos en los que se encargó de la realización: Pesos pesados (Heavyweighs, 1995) [6], Little Nicky (Little Nicky, 2000), Vaya resaca (Walk of Shame, 2014), o la que aquí nos ocupa.

De perdidos al río viene a ser una temprana muestra de reivindicación del cine de aventuras juveniles de los años ochenta. Ya en el prólogo, donde vemos de niños jugando a los tres protagonistas y a su cuarto amigo (en cuyo funeral volverán a reencontrase los primeros años después), encontramos guiños directos a las películas de Indiana Jones o a Los Cazafantasmas (Ghostbusters, 1984) [5], y posteriormente hay momentos que recuerdan (y mucho) a Cuenta conmigo (Stand by Me, 1986). A la película de Ivan Reitman la homenajean con los chavales yendo en bici y vestidos con los monos que lucían los protagonistas de aquélla. Sí, doce años antes de que Matt y Ross Duffer hicieran lo mismo con los jóvenes protagonistas de Stranger Things (Stranger Things, 2016-), haciendo llorar y/o eyacular de emoción nostálgica a tantos espectadores. Y es que, claro, en 2004 las redes, así como la globalización de contenidos e información, no eran lo mismo, y no se había puesto (más bien impuesto) de moda los ochenta. En aquellos primeros 2000 aún había que pagar por ver las películas, yendo al cine o alquilándolas en los videoclubs. No se habían desarrollado mucho todavía las descargas para ver los contenidos a golpe de click, ni impuesto las plataformas con contenidos abrumadores, y entonces, como es lógico, no había tantos “cinéfilos” ni “ochenters” reivindicando aquella tan traída década.

Junto a esa temprana y sana recuperación del espíritu aventurero y naif de las producciones juveniles de los ochenta, De perdidos al río rescata así mismo tópicos y personajes prototipos de la hicksploitaion. No faltan los hillbillies poco hospitalarios con los que llegan de fuera (inevitables el mecánico y el sheriff), arraigados en viejas costumbres (no muy civilizadas) y ajenos a los avances (como los niños jugando a lomos de un enorme cerdo). De hecho, el film a ratos viene a ser una versión juvenil y paródica de la mítica Defensa (Deliverance, 1972), de John Boorman, a la que incluso hacen referencia en algunas frases. Nuestros tres urbanitas fracasarán también en su trayecto en canoa, incapaces de dominar los rápidos de un peligroso río [7] al tratar de dominar la naturaleza. E igualmente se las tendrán que ver con un par de agresivos montañeses -Ethan Suplee, el Randy de Me llamo Earl (My Name is Earl, 2005-2009) [8], y Abraham Benrubi, el Francis Lawrence de Parker Lewis nunca pierde (Parker Lewis Can’t Lose, 1990-1993), quienes atienden una enorme plantación de marihuana en medio del bosque y no les hace ninguna gracia que venga gente de fuera a husmear por allí. En su huida, evitando que los acribillen estos dos rednecks y procurando no caer en las fauces de sus dos peligrosos rottweylers [9], los muchachos se toparán con un par de chicas hippies que viven en lo alto de un árbol (que darán pie a una serie de chistes sexuales y escatológicos), y un tipo que lleva más de veinte años habitando en las montañas, Del Knox, el (ficticio) compinche de D.B. Cooper, al que da vida nada menos que Burt Reynolds, uno de los protagonistas del citado film de Boorman. Reynolds, el action-hero por antonomasia del cine sureño de los setenta, haciendo gala de su fama de macho-man, ayudará a los chicos enfrentándose a cuerpo descubierto y armado con su rifle contra los dos agresivos hillbillies y sus ametralladoras, haciendo a éstos huir con el rabo entre las piernas.



Como era de esperar, el viaje en busca del tesoro supondrá también un viaje emocional y un paso hacia la madurez de los tres protagonistas. Llegando a conocerse mejor cada uno de ellos a sí mismos y a sus compañeros, y preparándose para afrontar sus respectivos futuros. Dan, un doctor de éxito, pero tímido y apocado, aprenderá a tener valor y coraje, como el hombre de hojalata de El Mago de Oz (no parece baladí su afición por C3PO); Jerry, eterno adolescente que sólo piensa en el surf y la fiesta, pondrá los pies en la tierra con miras a una vida adulta y responsable; y el más alocado Tom... bueno, también él sacará alguna lección de todo esto.

Dejando a un lado las incoherencias esas que le gusta sacar a la gente porque se aburre mucho, como que el oso que da lugar a un puñado de momentos cómicos es un Kodiak, una especie que no existe en Oregón sino en el sur de Alaska; así como sabiendo de antemano que no estamos ante una de las grandes películas de su década (ni de su año), De perdidos al río es una simpática comedia juvenil con la que pasar un buen rato durante unos cien minutos. Sin ínfulas ni pretensiones, pero a la vez sin la mojigatería que reina hoy (a nivel mundial) en el género, y más en la comedia destinada a un público adolescente.



Pese a las (esperables) malas críticas y al desdén mostrado por el público, no debió de funcionar muy mal la película, pues unos años después llegaría una secuela: Without a Paddle: Nature’s Calling [tv/dvd: De perdidos al río 2, 2009]. Realizada por un Ellory Elkayem que se salía de su habitual zona de confort, el fantástico, esta continuación partía de un argumento parecido [10] a la original, pero de la que no repetían nadie del equipo ni del reparto. En España llegaría directamente para el mercado doméstico, sin pase previo por las carteleras.


Alfonso & Miguel Romero


[1] D. B. Cooper es el nombre atribuido al tipo que secuestró un Boeing 727 en los Estados Unidos el 24 de noviembre de 1971, recibiendo un cuantioso botín por su rescate y saltando en paracaídas en su huida desde la aeronave. El nombre que el secuestrador usó para abordar el avión fue Dan Cooper. Sin embargo, las iniciales “D. B.” al parecer se asociaron permanentemente con el secuestrador debido a un error de comunicación con la prensa, que tuvo conocimiento de que, poco después del secuestro, el FBI había interrogado a un hombre de Portland llamado D. B. Cooper, quien por otro lado nunca fue considerado un sospechoso importante. Pese al gran número de pistas que se fueron encontrando con el devenir de los años, no se encontró evidencia concluyente sobre la identidad del secuestrador y su paradero. El 12 de julio de 2016, el FBI anunció que daba por terminada la investigación activa del caso.

[2] A comienzos de los ochenta el caso de D.B. Cooper sería llevado a las pantallas con la película Un millón de dólares en el aire (The Pursuit of D.B. Cooper, 1981), con dirección de Roger Spottiswoode (y Buzz Kulik).

[3] El mismo año de la que aquí tratamos, Matthew Lillard y Seth Geen coincidieron también en el reparto de Scooby-Doo 2: Desatado (Scooby-Doo 2: Monsters Unleashed), de Raja Gosnell.

[4] En la promoción de esta comedia ambientada en el mundo del wrestling, David Arquette, uno de los protagonistas de la película, se ganó la antipatía (e incluso el odio) de muchos fans de dicho deporte-espectáculo. Ello llevaría al actor a interesarse en practicar lucha libre y ganarse el respeto de aquéllos. Muy recomendable al respecto el documental You Cannot Kill David Arquette [tv: No podréis matar a David Arquette, 2020], de David Darg y Price James.

[5] Hay más referencias a la cultura popular de quienes vivieron los ochenta, caso de las diversas referencias al universo de Star Wars, como el muñeco de C3PO que guardan en una caja o la persecución en quads emulando El retorno del Jedi (Star Wars: Episode VI. Return of the Jedi, 1983). Seth Green es un reconocido fan de Star Wars, ha prestado su voz a diversos personajes de la famosa saga galáctica, e incluso parodiado a ésta en series de animación como Padre de familia (Family Guy, 1999-) o Robot Chicken (Robot Chicken, 2001-), de la segunda además es cocreador, productor y guionista.

[6] Un título, escrito entre Brill y el aplaudido Bill Apatow, que guarda cierta relación por un lado con sus películas sobre el equipo juvenil de hokey, y por otro con comedias juveniles de campamentos como la saga iniciada por Ivan Reitman con Los incorregibles albóndigas (Meatballs, 1979). Intervenía Ben Stiller en un rol que parece a todas luces un antecedente del personaje que interpretaría casi una década después en Cuestión de pelotas (Dodgeball: A True Underdog Story, 2004), de Rawson Marshall Thurber.

[7] También podemos ver referencias a otro film con ríos y canoas, Los albóndigas en remojo (Up the Creek, 1984), de Robert Butler.

[8] Dax Shepard y Seth Geen también intervinieron en algún episodio de Me llamo Earl.

[9] Que responden a los nombres de Lynyrd y Skynyrd, en evidente alusión a la más conocida banda de rock sureño de todos los tiempos.

[10] Al igual que su predecesora, la secuela situaba su trama en Oregón, pero en este caso sí se rodó en dicho estado.

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