Suelen tener la cara y las manos blancas. Casi siempre son de porcelana con sus trajes en blanco y negro; o de otros colores, pero mitad y mitad. Con sus gorros ridículos y con esos malditos cascabeles. Sí, me refiero a los putos arlequines.
Reconozco que nunca me gustaron, ni los payasos y menos los arlequines.
Nunca me hubiera comprado uno. Pero una vez por mi cumpleaños me regalaron uno. No era grande, unos veinte centímetros, con su traje clásico, mitad blanco mitad negro. Su gorro picudo pero caído terminado en un cascabel. Pero lo peor eran su cara y sus manos. Pensé quién en su sano juicio podría regalar algo así. Sus ojos eran totalmente negros, su boca fina y cruel, llena de dientes y una sonrisa espantosa. Lo más horrible eras sus puñeteras manos, esqueléticas, pálidas, y sus uñas puntiagudas pintadas de negro.
Cuando abrí el regalo y vi semejante aberración, puse cara de decir: pero qué coño. Me lo regaló una amiga del instituto, no sé qué estaría pensando para regalarme eso. Me miró con cara de preocupación, preguntando si me había gustado. Y yo por educación le dije que por supuesto. Celebraba mi dieciséis cumpleaños, quién coño le regala esto a una adolescente.
Lo puse en una estantería que tenía en mi dormitorio, sentado, apoyado en los libros. Sus piernas colgaban, era aterrador. Juraría que a veces se movían cuando abría las ventanas y entraba algo de brisa.
Se lo intenté regalar a mi hermana pequeña, que lo rechazó. Es más, no sé cómo no me dijo que me lo metiera en el culo.
Estuve a punto de tirarlo a la basura, pero pensé que mi amiga al entrar algún día en mi habitación diría dónde pusiste mi regalo.
Estuvo un tiempo guardado en mi armario, pero a veces no me acordaba y al abrir la puerta y encontrar a eso sentado, mirando, me daba unos sustos increíbles. En los cajones de la cómoda igual, era abrirlo y susto. Así que lo dejé donde lo puse la primera vez. En la estantería de los libros, con esas espantosas piernas colgando.
Pasaron los meses y mis padres me obligaron a pintar mi habitación y la de mi hermana pequeña. Comenzamos con la mía. Mi hermana me ayudó a mover las cosas de mi habitación a la suya.
Cuando agarró el arlequín, mi hermana empezó a bromear con él. Sabía que me daba miedo y empezó con las bromas. Luego de reírse un poco lo dejo en su cama tirado al lado de los libros y las otras cosas que tenía en la habitación.
Pintamos la habitación, bajamos a almorzar y cuando todo estuvo seco volvimos a colocar las cosas. Al acercarme a la cama de mi hermana vi que el arlequín no estaba donde ella lo dejó. Estaba todo lo demás menos él. Entró mi hermana y se lo comenté. Puso cara de asustada. Lo buscamos por todos lados. Se lo dijimos a mi madre. Ella no lo había visto. Había desaparecido.
Pasamos una noche un poco asustadas, no era para menos. Pasaron los días, meses, inclusos años. El arlequín no dio señales de vida. ¿Cómo pudo desaparecer?
Pues bien hoy he cumplido treinta años y un compañero de mi novio me ha entregado un regalo, muy bien envuelto con lazo y todo. Lo abro con mucha ilusión. En el interior puedo ver que el arlequín, mi arlequín está ahí en esa caja.
Terminó la fiesta y ya en la cama mi novio me intento consolar, diciendo que sería otro arlequín. Qué no le diera importancia. Después de hablar bastante del tema. Mi novio se levantó y tiró el arlequín al cubo de la basura. Pues bien, a las seis y media me desperté al escuchar un ruido de cascabel. Encendí la luz y di un grito espantoso. El arlequín estaba en la cama tumbado a nuestro lado, en medio de los dos.
Han pasado varios días desde mi cumpleaños. El arlequín no quiere esta vez abandonarme. Hemos intentado librarnos de él y nada. Vuelve conmigo. Han pasado dos meses mi novio, el muy cobarde, me ha abandonado. Pasa del tema, le puede.
Aquí estoy sola con el maldito arlequín.
Son las tres de la madrugada, me ha despertado un susurro en mi oído. He escuchado una voz que me decía: Siempre estaré a tu lado.
He encendido la luz de la mesilla, me he girado y el arlequín está tumbado a mi lado, en la almohada.
He tenido que dejar el trabajo. Estaba distraída muy cansada. Estoy rara, muy rara. El arlequín duerme todas las noches conmigo. Me veo cada día más pálida
-Eva ¿sabes algo de tu hermana?
- No, la he llamado toda la semana y no me pilla el teléfono ni el móvil.
- Me pasa lo mismo, estoy muy preocupado por ella. ¿Tú tenías unas llaves de su apartamento, verdad?
- Sí, pensaba pasarme esta tarde para saber qué coño pasa.
- ¿Puedo ir contigo? Me siento fatal por haberla dejado sola. La quiero mucho.
- Eso es verdad, fuiste un capullo al dejarla.
- Lo sé ¿puedo ir contigo o no?
- Vale, a las ocho en la puerta de su bloque.
- De acuerdo, ahí estaré. Hasta luego.
Abren la puerta del apartamento. Todo esta oscuro. Encienden la luz. Gritan su nombre. No hay respuesta. Van a la habitación, la luz no enciende. Eva saca su móvil y lo pone la linterna, alumbra a la cama y encuentra dos arlequines casi idénticos. En la boca de uno se puede ver una sonrisa, y en la del otro una mueca de tristeza.
Cuento creado por Malina Murnau.
No hay comentarios:
Publicar un comentario