miércoles, 17 de mayo de 2023

Don Erre que Erre

 Nueva reseña a cargo de los hermanos Romero. 


Don erre que erre


Año: (1970, España)


Director: José Luis Sáenz de Heredia


Productore: Andrés Velasco


Guionistas: Rafael J. Salvia, José Luis Sáenz de Heredia


Fotografía: Federico G. Larraya


Música: Ángel Arteaga


Intérpretes: Paco Martínez Soria (Don Rodrigo Quesada), Mari Carmen Prendes (Doña Luisa), José Sacristán (Valentín Serrano), Josele Román (Marisa), Tomás Blanco (Don Tomás Briceño), Guillermo Marín (marqués de San Tórtolo), Valeriano Andrés (Don Santiago Padrón), Alfonso del Real (Sr. Fontán), Manuel Alexandre (Raimundo), Jesús Guzmán (Ruiz), José María Escuer (Doctor Alonso), Rafael Hernández (empleado de la gasolinera), Alberto Fernández (tendero), Serafín García Vázquez (interventor), Pepe Rubio (periodista y narrador), Patricia Nigel (reportera gráfica), Antonio Alfonso (Felipe), Félix Dafauce (Don Antonio), …

Sinopsis: Don Rodrigo Quesada acude al banco para cobrar una pequeña cantidad de dinero cuando se produce un atraco. En la refriega, Rodrigo pierde su dinero y pide al banco que se lo devuelva. Pero el empleado argumenta que no puede hacerlo porque ha sido a él a quien se lo han quitado. Lo que no saben en la sucursal es que don Rodrigo no transige y no teme enfrentarse con quien sea cuando cree que tiene razón. Es una persona de ideas fijas que no para hasta lograr todo lo que se propone.

En estos años de exaltación cinéfila/cinéfaga y reivindicativa para con prácticamente todo tipo de cine, de directores y/o de actores dedicados al medio, una de las personalidades que permanece ausente de reivindicación por las jóvenes (y no tan jóvenes) generaciones (pese al enorme éxito que tuvo en su día y del que sigue hoy gozando en las reposiciones televisivas de sus trabajos) es Paco Martínez Soria. El motivo principal, como indican en el documental El precio de la risa (2017), de Gabriel Lechón, es debido a que sus películas eran afines al franquismo, y los personajes que el susodicho interpretaba era una representación evidente del conservadurismo e inmovilismo propios del régimen. Oriundo de Tarazona (Zaragoza), Paco Martínez Soria dedicó casi toda su vida al teatro, como actor y, más tarde, como empresario. Sobre las tablas cosecharía, una buena ristra de éxitos, con una serie de comedias de corte popular que igualmente conocerían una gran aceptación del público en su traslado a las pantallas.

Dejando a un lado su forma de ser y su divismo [1], es de justicia reconocer que su paso por las tablas y el celuloide marcó huella en su momento. Centrándonos en el séptimo arte, y una vez finiquitada a principios de los cincuenta sus colaboraciones junto a Ignacio F. Iquino, el periodo más conocido y celebrado del intérprete da comienzo en 1966, a raíz del estreno en las pantallas de La ciudad no es para mí, producida por Pedro Masó y con dirección de Pedro Lazaga. Paco Martínez Soria había cosechado un tremendo éxito sobre los escenarios con la obra homónima, escrita por Fernando Lázaro Carreter (firmando con el seudónimo de Fernando Ángel Lozano), haciéndose con el favor del público, pese a que buena parte de la crítica, ya entonces, la tachara de populista y retrógrada [2]. Masó, confiado por la aceptación que había tenido por parte del respetable en su paso por los distintos teatros del país, supo oler que la adaptación al cine daría unos cuantiosos dividendos en la taquilla, y adquirió los derechos de la obra desembolsando cuatro millones de pesetas, para hacer la película en su compañía, Pedro Masó Producciones Cinematográficas. La cinta, con Lazaga poniendo su oficio y buen hacer al servicio del humor y el protagonismo de Martínez Soria, reventó la taquilla, superando los cuatro millones de espectadores. Con ella dio comienzo la última y más aplaudida etapa del cómico en las pantallas, explotando el personaje que previamente había instaurado en los escenarios (con diversas variaciones, claro está), y que iría repitiendo a lo largo de una serie que alcanza los quince títulos y termina con su óbito en 1982: “Un hombre maduro, sabio a base de cazurrería, que las caza al vuelo y que debe utilizar métodos expeditivos -incluido el jarabe de palo- para inculcar un poco de sentido común a las nuevas generaciones -habitualmente sus descendientes directos- cegados por el brillo del desarrollismo y el anhelo de ascenso social” [3]. Masó y Lazaga fueron quienes más reincidieron con Paco Martínez Soria en esta etapa, sumando un total de diez películas juntos [4]. Las otros cinco las dirigieron José Luis Sáenz de Heredia -Se armó el belén (1969) y Don erre que erre (1970) [5]-, Mariano Ozores -El calzonazos (1974) y Es peligroso casarse a los sesenta (1980), y Luis María Delgado -La tía de Carlos (1982)-.


Centrándonos en sus dos trabajos dirigidos por Sáenz de Heredia, ambos partieron de libretos firmados por el realizador junto a Rafael J. Salvia (uno de los guionistas que más reiteraron en el cine religioso en nuestro país) para Hidalgo Producciones Cinematográficas (la segunda en colaboración con Filmayer), y contaron con el mismo director de fotografía, Federico G. Larraya, en sus dos únicos trabajos con Martínez Soria. De éstas, sería Don erre que erre la que más hondo calaría en el imaginario popular. La película, construida (cómo no podía ser de otra forma) a la medida y para el lucimiento de su protagonista principal, sigue más o menos el estilo y las características de los personajes, el humor y los tics habituales del de Tarazona. Pero hay una serie de variaciones y novedades que terminan por diferenciar y enriquecer el producto.

En esta ocasión Paco Martínez Soria encarna un empresario de clase media acomodada que dirige una fábrica de vidrio. Un tipo, por supuesto, anclado en las tradiciones (se niega a reformar o trasladar su fábrica, aunque el inmueble se le haya quedado pequeño para el volumen de su producción, porque allí levantaron el negocio su padre y su abuelo). Pero lo que caracteriza a Don Rodrigo Quesada, que así se llama su personaje, es su cabezonería (más que tenacidad) en llegar hasta donde haga falta si piensa que tiene la razón, siendo incapaz de dar su brazo a torcer en ningún momento. Ya al comienzo de la cinta nos lo dejan claro cuando -para desespero de su esposa, doña Luisa (Mari Camen Prendes)-, no llegan al entierro del padre de ella por una disputa con el empleado de una gasolinera en cuestión al cambio del importe, y ni la guardia civil consigue hacerle cambiar de idea. Será precisamente una pequeña suma de dinero de una factura errónea con una empresa holandesa, que nuestro protagonista ha conseguido después de reclamar durante varios años, una cantidad de 257 pesetas, la causante de una guerra de entre Don Rodrigo con el Banco Internacional y que forma el corpus principal de la película. Después de recibir el cheque, se dirige a su banco para cobrarlo, con la mala suerte que unos atracadores irrumpen en el lugar cuando está haciendo la operación, y se llevan su dinero junto al botín robado a la banca. Los empleados de la sucursal, y más con todo el revuelo armado por el robo, le niegan el dinero a Don Rodrigo y, lo que es peor, le contradicen, dando comienzo una particular cruzada entre el empresario y la entidad bancaria para demostrar el primero que lleva la razón.

Buena parte de que las cosas empeoren lo tiene la intervención de los medios. Una pareja de periodistas (Pepe Rubio y Patricia Nigel) que cubrían la noticia del atraco, se hacen eco del caso de Don Rodrigo que, debido a la actitud de los empleados del banco con él, suelta una serie de insultos para con la sucursal que acaban publicados en el periódico, causando la indignación del director de la entidad bancaria (con sede en París) en nuestro país, Don Tomás Briceño (Tomás Blanco), quien igualmente se toma el asunto como algo personal. No resulta pues baladí que se mencione (hasta dos veces) la guerra de Vietnam, pues como es bien sabido la fuerte presión de la opinión pública fue lo que precipitó la retirada de las tropas estadounidenses, en los que tuvieron gran influencia los medios de comunicación que criticaron duramente las atrocidades cometidas por el gigante americano en el conflicto. No en vano la de Vietnam fue la primera guerra televisada de la historia.


Pero este entramado entre Don Rodrigo y el Banco Internacional, una persona de a pie contra un gigante financiero, va más lejos del mero enfrentamiento entre David y Goliath, pues Don Tomás Briceño recurre a las malas artes, pidiendo a uno de los inversores, el marqués de San Tórtolo (Guillermo Marín), propietario de varios inmuebles, entre los que se encuentra el edificio donde vive (con renta antigua) Don Rodrigo y donde tiene su fábrica, que lo desmantele, poniendo al resto de inquilinos en contra de éste. Pero el guion de Sáenz de Heredia y Salvia llega más allá, y saca aún más lacra del asunto. El abogado de nuestro protagonista, Don Santiago (Valeriano Andrés), no quiere ensuciarse las manos con este caso, pues también representa a los inversores de la institución financiera, y prefiere arrimarse al sol que más calienta. Será por medio de uno de estos accionistas, el marqués dueño además de su edificio, que invitan al empresario a una cacería con el supuesto propósito que haga allí las paces con Don Tomás [6], y se dé por concluido de una vez el tema. Aunque tras las buenas intenciones del noble se ocultan otros intereses nada altruistas. Como nos dice el periodista que interpreta Pepe Rubio, y quien hace las veces de narrador de esta fábula moral, no ha sido David quien ha derrotado a Goliat, sino que ha intermediado otro Goliat más poderoso, y se ha servido del primero para ocupar el lugar del segundo.

Junto a la trama principal encontramos otras subtramas que, por un lado, refuerzan también la personalidad del personaje de Paco Martínez Soria [7], mientras que por otro sirven para aliviar tensiones y proponer enredos y gags diversos, siempre del gusto del público. Como que Don Rodrigo quiera, a su avanzada edad, tener otro hijo, algo que no convence a su mujer; o la relación de la hija del matrimonio, Marisa (Josele Román) y su vecino de arriba, un joven e idealista abogado, Valentín (José Sacristán). Ella está enamorada de él y hará lo que haga falta (hasta inventarse que va a tomar los hábitos) para llamar su atención y ganarse su corazón. La cinta se beneficia de un sólido reparto que están todos muy bien en sus respectivos papeles, aunque algunos sean mínimos frente a la cámara. Llama la atención el histrionismo del que hacen gala algunos de los intérpretes (Alfonso del Real, Valeriano Andrés o Tomás Blanco, por ejemplo) que, acompañado de la sonoridad de los nombres de buena parte de los personajes (que recuerdan a la las historietas de la editorial Bruguera), dotan al film de un acertado tono de tebeo cómico.

Pese al humor característico de los filmes protagonizados por Paco Martínez Soria, que hace la cosa más liviana, Sáenz de Heredia y Salvia, al igual que en Se armó el belén, sacan a relucir una serie de temas sociales, y en esta ocasión atacan a la deshumanizada actuación de los ricos y poderosos, poniéndose de parte del pueblo llano, meros títeres de quienes detentan patrimonio y poder. Del mismo modo, salen muy mal parados los empleados de los bancos (desde los cajeros a los directores), que no son más que meros peleles. Así como el abogado al que da vida Valeriano Andrés, un chaquetero que actúa por pura conveniencia. Claro que también puede entenderse esa mirada negativa hacia la banca y sus malas artes como una crítica a la progresiva introducción, lenta pero sin pausa, del capitalismo en la España de Franco a través de las medidas desarrollistas que, una vez superada la autarquía y con mucho esfuerzo, implantaron los tecnócratas del Opus Dei que sustituyeron a partir de 1959 a no pocos falangistas de los cargos en los ministerios.


En 1970, año en que llega a las carteleras Don erre que erre, el país se encontraba en medio de la tercera etapa de la dictadura franquista. Hacía unos años que se había abandonado la etapa de la autarquía, pero la censura aún golpeaba duro [8]. Frente a la imagen que España vendía fuera, llevando a festivales extranjeros películas realizadas por Carlos Saura, Basilio Martín Patino o Mario Camus, por nombrar unos cuantos, directores además opuesto al régimen, la realidad era bien distinta, pues en suelo patrio algunas de ellas no se estrenaban, o lo hacían de tapadillo e incluso con algún que otro tijeretazo castrador/censor. De igual modo, hipócritamente y con el consentimiento del Ministerio de rigor, se estableció la llamada doble versión, exportando (sobre todo en el cine de género) películas con desnudos femeninos para el exterior, mientras que en España en esas mismas escenas las muchachas lucían con ropa. Tal vez Pedro Lazaga (que como vimos antes fue quien más dirigió a Martínez Soria esos años) no hubiera podido firmar ni filmar Don erre que erre [9]. El realizador nacido en Vals había luchado en el bando republicano durante la Guerra Civil, siendo encarcelado, enviado a un campo de concentración y finalmente, como tantos otros en su situación, mandado a participar en la lucha contra Rusia en la División Azul. El trabajo de Lazaga siempre estaría vigilado más de cerca por los censores. Sin embargo, José Luis Sáenz de Heredia, primo hermano de José Antonio Primo de Rivera (fundador de Falange Española), que combatió en nuestra (maldita) guerra del lado de los nacionales [10], licenciándose con el cargo de teniente, y que se convirtió en uno de los directores oficiales del régimen -suyas son Raza (1942) y Franco, ese hombre (1964)-, podía permitirse algunas licencias al gozar de nombre y posición, incluyendo hasta algún chiste para con el régimen [11].


Alfonso & Miguel Romero

[1] Que tenía muy mala leche dice Pepe Carabias de Paco Martínez Soria en el episodio dedicado a su persona en la serie documental Cómicos nuestros (2016); y a gusto se despacha con el maño Alfredo Landa en sus memorias Alfredo el grande. Vida de un cómico: Landa lo cuenta todo (Aguilar, 2008), de Marcos Ordóñez, por citar un par de ejemplos.

[2] La obra y la película contraponían la vida en los pueblos (donde todos se conocían y se ayudaban) con la de las grandes ciudades (progresivamente más impersonales, e impregnadas de los vicios que procedían del exterior debido al desarrollismo). Una visión muy distinta nos daría Eugenio Martín en Una vela para el Diablo (1973), contando para uno de los roles protagonistas (que representa la parte más inmovilista de la dictadura) con Aurora Bautista, una de las intérpretes por excelencia del régimen.

[3] Santiago Aguilar en Zoom a Lazaga (La Biblioteca de la Abadía/Vial Books, 2023).

[4] De la decena de títulos que reunieron a Masó, Lazaga y Martínez Soria, la mayoría fueron adaptaciones de los éxitos teatrales del aragonés. Sólo dos títulos partieron de guiones originales (firmados por Pedro Masó y Vicente Coello), El turismo es un gran invento (1968) y Abuelo made in Spain (1969), ambos variaciones/reformulaciones de su mayor éxito cinematográfico, La ciudad no es para mí.

[5] Entre estos dos títulos con Martínez Soria, Sáenz de Heredia estrenó El alma se serena (1970), un trabajo con bastantes similitudes argumentales con las comedias protagonizadas por el maño. Entre sus protagonistas principales encontrábamos a José Sacristán y Josele Román, que estarían también entre los más destacados de Don erre que erre.

[6] Ya en La caza (1966), de Carlos Saura, José (Ismael Merlo) ha organizado una cacería con la intención de pedirle a su viejo amigo Paco (Alfredo Mallo), que le preste medio millón de pesetas para reflotar su empresa. Aunque sería Luis García Berlanga en La escopeta nacional (1978) quien mejor reflejara que en tiempos franquistas las cacerías eran el mejor lugar para hacer negocios.

[7] El cómico imponía en sus contratos condiciones ventajosas, como que su personaje tenía que destacar sobre los demás, eliminando líneas de guion y lo que hiciera falta si otro actor le hacía sombra en alguna escena. Él era la estrella y tenía que brillar sobre todo y todos, que para eso su nombre en el cartel suponía el reclamo principal de cara al público. De ello da fe Mariano Ozores en su entrevista para Antonio Gregori incluida en el libro El cine español según sus directores (Cátedra, 2009).

[8] Como bien pudo comprobar Eloy de la Iglesia, cuya película La semana del asesino (1972) sufrió la terrible ira de la censura, alcanzando hasta sesenta y cuatro cortes en su metraje.

[9] En una de las películas en las que dirigió a Paco Martínez Soria, El abuelo tiene un plan (1973), se recorren en el prólogo (en tono paródico) las primeras décadas del siglo XX, citando la I Guerra Mundial y otros temas y omitiendo cualquier alusión a la Guerra Civil Española. Sí se permite más adelante, sin embargo, y en boca del cómico aragonés, un chiste para con la censura.

[10] Al estallar la Guerra Civil, Sáenz de Heredia se encontraba en Madrid, en aquel entonces territorio republicano, siendo encarcelado. Fue por mediación de Luis Buñuel, con quien comenzó en el cine, que consiguió salvar la vida.

[11] También falangista era José Antonio Nieves Conde, quien a comienzos de la década de los cincuenta estrenaba Surcos (1951), una dura mirada a la posguerra española alejada de los panfletos triunfalistas de propaganda propios del movimiento, que no gustó a la iglesia y tuvo problemas con la censura.


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