martes, 21 de octubre de 2025

Abandono

 


Siempre me gustó buscar, encontrar lugares abandonados. Ya fueran casas, fábricas, haciendas perdidas en el bosque o parajes pocos transitados. No podía explicar el placer de entrar en sus raídas paredes. Oler el inconfundible olor de la humedad. Fotografiar sus entrañas, sus pequeños secretos olvidados por el tiempo.

 Un buen día me llamó un amigo, contándome que un extraño en un bar le había comentado sobre la existencia de una casa abandonada muy bien conservada. Algo siniestra, cada vez que pasaba por la carretera la veía a lo lejos. Daba mucho respeto.

Esas eran las que más nos gustaban, las que daban miedo. No lo pensamos dos veces, lo preparamos todo para buscar y visitar la misteriosa casa.

 El fin de semana siguiente estábamos preparados yo, mi amigo y una sobrina mía que casi siempre me acompañaba. Emprendimos el viaje a esa tétrica casa.

Después de recorrer 233 kilómetros la pudimos encontrar, desde la carretera daba una impresión espectacular. Dejamos el coche atrás bien aparcado.

La caminata duró unos veinte minutos hasta llegar a la casa. Se encontraba rodeada de vallas. Casi oxidadas por el tiempo. Era una casa de dos plantas, tenía sótano ya que vimos unas pequeñas ventanas al ras del suelo.

Dimos la vuelta a toda la casa buscando una abertura en la valla. Detrás de la casa pudimos encontrar un agujero.

Tenía un pequeño patio, todo lleno de matorrales secos y toda clase de yerbajos. Alcanzamos la puerta trasera. Se encontraba cerrada, las ventanas tenían rejas: imposible entrar. Fuimos a la parte delantera y estaba igual, la puerta cerrada y las ventanas blindadas con rejas de hierro.

No podíamos entrar, no me lo podía creer. Estando mi amigo y yo pensando qué hacer para entrar, oímos la voz de mi sobrina.

-         He encontrado una ventana. Una del sótano no tiene cristales.

Me pareció raro, porque juraría que no vi nada que no tuviera rejas.

Fuimos hacia donde se encontraba ella y ahí estaba esa ventana sin cristales ni rejas.

Entré la primera, un olor a podrido inundaba el sótano. Encendí la linterna porque estaba bastante oscuro para ser aún de día y teniendo ventanas.

Luego entró mi sobrina, y luego mi amigo. Hicimos fotos al sótano, era grande pero totalmente vacío. Ni siquiera una lata vieja en una esquina.

En el centro se encontraba una escalera de caracol de hierro, era bellísima. Le sacamos fotos de todos los ángulos.

Subimos y la escalera daba a la cocina, estaba toda amueblada. Muy sucia y olía muy mal, se encontraba en muy mal estado.

Pero era maravilloso sacar fotos de todos sus detalles, vajillas, latas, manteles, había de todo. Nos quedamos un rato haciendo fotos.

De la cocina salimos a un comedor enorme, con una gran mesa en el centro y varias sillas alrededor. Un mueble muy viejo y un gran reloj apoyado en la pared. En el comedor había tres puertas. Una de ellas daba a unas escaleras muy empinadas y estrechas que conducían a la parte de arriba. Las otras daban a un baño enorme y la otra salía a un pasillo repleto de cuadros, a cada cual más inquietante.

Mi amigo nos dijo:

-         Subid vosotras si queréis a la parte de arriba y yo veo lo de aquí abajo.

Mi sobrina y yo subimos por las escaleras estrechas, sus paredes estaban cubiertas de una pringue asquerosa. Al final de la escalera había una especie de salita con muchas puertas y una sola ventana muy pequeña. Mi sobrina fue a la derecha y yo hacia las puertas de la izquierda. Abrí una de ellas, daba a una habitación de matrimonio muy grande, era realmente hermosa. Entré en ella y saqué fotos a todos los muebles y cosas que había.

Abrí un gran armario cuando puede escuchar la voz de mi sobrina que me llamaba muy alarmada. Pensé que se había encontrado con un animal muerto o un vagabundo. Fui hacía ella, pasé por la puerta que ella había abierto y que daba a otro pasillo estrecho, casi agobiante pasar. Al llegar donde se encontraba mi sobrina me quedé helada. Esa imagen no podré olvidarla jamás.

 Mi sobrina estaba al lado de la puerta muy asustada y quieta, en el centro de la habitación había una mesa camilla con dos mujeres sentadas en unas sillas a su alrededor. La habitación se encontraba muy iluminada, una gran ventana con su reja y detrás de las mujeres una gran puerta de cristal que daba a un balcón.

Las dos mujeres tenían un aspecto terrible, una de ellas era muy mayor no podría decir qué edad podría tener, parecía ciega. La otra era un poco más joven pero su rostro era horrible, no parecía que fuera humana.

Me quede paralizada a igual que mi sobrina solo pude soltar un “Hola”. Ellas no contestaron. Mi sobrina me agarró la mano y me dijo:

-         Tita, nos vamos, por favor.

-         Perdonen, creía que la casa estaba abandonada, disculpen se lo ruego. Nos vamos ahora mismo.

Seguían sin decir nada. Le dije a mi sobrina que saliera por el pasillo. Yo me dirigí de nuevo a las mujeres.

-         Buenas tardes, y de nuevo disculpen.

Al terminar de decir la última palabra la mujer más joven por fin habló, pero su voz no era de este mundo, y me dijo.

-         ¿Dónde diablos crees que vais a ir, zorras?

Al escuchar esto di un empujón a mi sobrina y salimos corriendo por el pasillo. Detrás de mí podía escuchar un sonido de algo que crujía y se acercaba a nosotros gritando, algo que aún hoy en día no puedo explicar con claridad.

No me podía creer lo que estaba sucediendo. Llegamos a la pequeña salita y, al girar para cerrar la puerta, pude ver algo aterrador: Las dos mujeres estaban a cuatro patas corriendo hacia nosotras.

Cerré la puerta, mi sobrina y yo aguantamos la embestida de esos dos demonios. Gritamos fuerte llamando a mi amigo. Él subió de inmediato.

-         ¿Qué pasa?

-         ¡Aguanta la puerta, por Dios!

La puerta se abrió de golpe con una fuerza sobrehumana y nos lanzo a mí y a mi sobrina hacia el suelo. No me dio tiempo de reaccionar, vi cómo esas dos cosas agarraban a mi amigo y lo metían hacia el pasillo.

Me puse en pie, agarré a mi sobrina y la levanté, estaba muerta de miedo, casi no se podía mover. Fui hacia el pasillo para ayudar a mi amigo, la imagen que vi se quedará en mi mente para siempre. La mujer más vieja le mordía en la cara, y la otra al mismo tiempo le metió la mano en el estomago y le sacó las tripas en un momento.

Me puse a gritar. Lo habían matado y no pude hacer nada para evitarlo.

Mi sobrina y yo corrimos hacia la parte de abajo, pasamos por el comedor hacia la cocina y bajamos por la escalera de caracol. Fuimos hacia la ventana por donde entramos. Pero estaba con barrotes y cristales. Era imposible, era una locura.

 No me lo creía, pero qué mierda estaba pasando. Mi sobrina se puso histérica, la agarre de la mano y la llevé hacia la escalera de caracol. Teníamos que buscar otra salida, salir de ahí como fuera. Subimos de nuevo hacia la cocina, pasamos por el comedor y en la mesa estaba mi amigo con esos dos monstruos encima de él, lo estaban devorando. Pasamos al lado corriendo hacia el pasillo de abajo. Este daba a otra habitación que tenía otra puerta. La abrimos y daba a lo que parecía la entrada de la casa. Fuimos hacia la puerta, pero no se abría.

De pronto me acorde del balcón: no tenía rejas y la puerta estaba abierta.

Mi sobrina me rogó llorando no volver a pasar por el comedor, pero no teníamos otra elección.

Al lado de la puerta, tirado, había un paraguas. Lo cogí y nos dirigimos hacia el comedor.

Llegamos al comedor, la más vieja aún se daba el festín con las carnes de mi pobre amigo. Pero la otra no estaba. Giré para subir por la estrecha escalera y algo me dio en la cara. Fui a caer al suelo de nuevo, pude mirar a través de mi propia sangre cómo esa cosa iba a por mi sobrina.

No sé de donde saqué fuerzas. Me levanté y le clavé el paraguas a esa maldita bruja en la espalda. Gritó como un animal, ese grito era horrible.

Mi sobrina me dio la mano y me arrastró hacia la escalera. Me encontraba muy mareada, la sangre no paraba de brotar de mi frente.

La más vieja se puso a gritar y, como dije antes, era ciega, no podía vernos. Mi sobrina, mientras subíamos por las escaleras, me dio un pañuelo y me lo puse en la herida. Me dolía a rabiar.

Pasamos por el pasillo. Estaba cubierto de sangre, parecía sacado de una película de terror. La puerta estaba cerrada, no se abría, mi sobrina se puso a llorar y yo sólo de pensar que esas cosas le hicieran algo a ella me ahogaba de sufrimiento.

Golpeé la puerta, mi sobrina gritaba:

-         Tita, te vas hacer daño.

-         Me da igual, tenemos que salir de aquí.

Pude notar como el hueso de mi hombro crujió, fue un dolor intenso, horrible. Grité, lloré, pero la jodida puerta se abrió.

Cerramos la puerta, mi sobrina arrastró muebles y los puso detrás para no permitir que esas cosas entraran.

Yo me sentía realmente mal, me dolía mucho el hombro y la herida de la frente me molestaba a rabiar. Me estaba mareando, me iba a desmayar y por lo que se ve, lo hice.

Noté cómo la mano de mi sobrina tapaba con fuerza la herida de mi frente. Pude oír como esas dos cosas querían entrar. Mi sobrina me ayudó a ponerme en pie. Fuimos hacia el balcón. Al llegar a él, la puerta de la habitación se abrió de golpe, tirando los muebles al suelo. Esas dos cosas se dirigían hacia nosotras.

 En el balcón había tiestos antiguos llenos de tierra, tiramos algunos hacia esas horribles cosas. Mi sobrina le dio de lleno a la ciega en toda la cabeza. Cayó al suelo, la otra fue a ayudarla.

Aproveché ese momento para poder mirar cómo podíamos salir de ahí, vi una vieja torre de luz: no estaba muy lejos del balcón. Teníamos que dar un salto y sujetarnos a la torre.

Mi sobrina me dijo que saltara yo primero. Le dije que ni loca, que ella primera. Saltó con mucho miedo, pero lo logró, haciéndose, eso sí, mucho daño. Iba a saltar cuando algo me agarró por la cintura. Vi la cara que ponía mi sobrina, que me gritaba:

-         ¡Tita, nooo! ¡Hija de puta, suelta a mi tía, por favor!

Esa cosa me tiró al suelo, se puso encima de mí, me iba a morder, puse la mano y pude sentir su asquerosa boca en mi piel y cómo me arrancaba un pedazo.

Escuchaba a mi sobrina gritar y llorar. Pensaba que si esa cosa acababa conmigo, iría a por mi niña.

Busqué con la otra mano por el asqueroso suelo del balcón. Pude agarrar un palo y se lo clavé con fuerza en el cuello a ese ser.

Se quitó de encima de mí gritando. Me incorporé, iba a saltar cuando de nuevo mi sobrina gritó.

- ¡Tita, detrás! ¡La ciega!

No esperé a que me pillara, salté, aún no sé cómo lo hice, y me pude agarrar a la torre. Me di un golpe muy fuerte, casi me caigo, pero con ayuda de mi sobrina pude sujetarme fuerte y bajamos con cuidado. Mientras bajábamos se escuchaban los gritos de esas dos brujas. Ni siquiera  miramos. Ya en el suelo, saltamos la valla como pudimos. En el otro lado, miramos hacia el balcón. Ya no había nadie.

Fuimos hacia el coche y nos marchamos del lugar.

 Han pasado tres años de esta historia que os he contado. Fuimos a la policía, fueron a la casa, no encontraron nada. Ni a las ancianas ni a mi amigo.

Estuvimos de juicio por la desaparición de mi amigo. No pudieron demostrar que yo o mi sobrina lo hubiéramos matado.

Con el tiempo se fue olvidando todo.

Hace dos día he regresado a la casa, no me he llegado a acercar, la he mirado desde la carretera. Seguía igual de impresionante e inquietante.

Desde entonces no he vuelto a ir a ningún lugar abandonado, ya no hago fotos.

 

(Sacado de mi libro 13 Relatos Macabros)

Texto y fotografía de Malina Murnau

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