Siempre me gustó buscar, encontrar lugares abandonados. Ya fueran casas, fábricas, haciendas perdidas en el bosque o parajes pocos transitados. No podía explicar el placer de entrar en sus raídas paredes. Oler el inconfundible olor de la humedad. Fotografiar sus entrañas, sus pequeños secretos olvidados por el tiempo.
Esas eran las que más nos
gustaban, las que daban miedo. No lo pensamos dos veces, lo preparamos todo
para buscar y visitar la misteriosa casa.
Después de recorrer 233
kilómetros la pudimos encontrar, desde la carretera daba una impresión
espectacular. Dejamos el coche atrás bien aparcado.
La caminata duró unos veinte
minutos hasta llegar a la casa. Se encontraba rodeada de vallas. Casi oxidadas
por el tiempo. Era una casa de dos plantas, tenía sótano ya que vimos unas
pequeñas ventanas al ras del suelo.
Dimos la vuelta a toda la
casa buscando una abertura en la valla. Detrás de la casa pudimos encontrar un
agujero.
Tenía un pequeño patio, todo
lleno de matorrales secos y toda clase de yerbajos. Alcanzamos la puerta
trasera. Se encontraba cerrada, las ventanas tenían rejas: imposible entrar.
Fuimos a la parte delantera y estaba igual, la puerta cerrada y las ventanas
blindadas con rejas de hierro.
No podíamos entrar, no me lo
podía creer. Estando mi amigo y yo pensando qué hacer para entrar, oímos la voz
de mi sobrina.
-
He encontrado una
ventana. Una del sótano no tiene cristales.
Me pareció raro, porque
juraría que no vi nada que no tuviera rejas.
Fuimos hacia donde se
encontraba ella y ahí estaba esa ventana sin cristales ni rejas.
Entré la primera, un olor a
podrido inundaba el sótano. Encendí la linterna porque estaba bastante oscuro
para ser aún de día y teniendo ventanas.
Luego entró mi sobrina, y
luego mi amigo. Hicimos fotos al sótano, era grande pero totalmente vacío. Ni
siquiera una lata vieja en una esquina.
En el centro se encontraba
una escalera de caracol de hierro, era bellísima. Le sacamos fotos de todos los
ángulos.
Subimos y la escalera daba a
la cocina, estaba toda amueblada. Muy sucia y olía muy mal, se encontraba en
muy mal estado.
Pero era maravilloso sacar
fotos de todos sus detalles, vajillas, latas, manteles, había de todo. Nos
quedamos un rato haciendo fotos.
De la cocina salimos a un
comedor enorme, con una gran mesa en el centro y varias sillas alrededor. Un
mueble muy viejo y un gran reloj apoyado en la pared. En el comedor había tres
puertas. Una de ellas daba a unas escaleras muy empinadas y estrechas que conducían
a la parte de arriba. Las otras daban a un baño enorme y la otra salía a un
pasillo repleto de cuadros, a cada cual más inquietante.
Mi amigo nos dijo:
-
Subid vosotras si
queréis a la parte de arriba y yo veo lo de aquí abajo.
Mi sobrina y yo subimos por
las escaleras estrechas, sus paredes estaban cubiertas de una pringue
asquerosa. Al final de la escalera había una especie de salita con muchas
puertas y una sola ventana muy pequeña. Mi sobrina fue a la derecha y yo hacia
las puertas de la izquierda. Abrí una de ellas, daba a una habitación de
matrimonio muy grande, era realmente hermosa. Entré en ella y saqué fotos a
todos los muebles y cosas que había.
Abrí un gran armario cuando
puede escuchar la voz de mi sobrina que me llamaba muy alarmada. Pensé que se
había encontrado con un animal muerto o un vagabundo. Fui hacía ella, pasé por
la puerta que ella había abierto y que daba a otro pasillo estrecho, casi
agobiante pasar. Al llegar donde se encontraba mi sobrina me quedé helada. Esa
imagen no podré olvidarla jamás.
Las dos mujeres tenían un
aspecto terrible, una de ellas era muy mayor no podría decir qué edad podría
tener, parecía ciega. La otra era un poco más joven pero su rostro era horrible,
no parecía que fuera humana.
Me quede paralizada a igual
que mi sobrina solo pude soltar un “Hola”. Ellas no contestaron. Mi sobrina me
agarró la mano y me dijo:
-
Tita, nos vamos,
por favor.
-
Perdonen, creía
que la casa estaba abandonada, disculpen se lo ruego. Nos vamos ahora mismo.
Seguían sin decir nada. Le
dije a mi sobrina que saliera por el pasillo. Yo me dirigí de nuevo a las
mujeres.
-
Buenas tardes, y
de nuevo disculpen.
Al
terminar de decir la última palabra la mujer más joven por fin habló, pero su
voz no era de este mundo, y me dijo.
-
¿Dónde diablos
crees que vais a ir, zorras?
Al
escuchar esto di un empujón a mi sobrina y salimos corriendo por el pasillo.
Detrás de mí podía escuchar un sonido de algo que crujía y se acercaba a
nosotros gritando, algo que aún hoy en día no puedo explicar con claridad.
No
me podía creer lo que estaba sucediendo. Llegamos a la pequeña salita y, al
girar para cerrar la puerta, pude ver algo aterrador: Las dos mujeres estaban a
cuatro patas corriendo hacia nosotras.
Cerré
la puerta, mi sobrina y yo aguantamos la embestida de esos dos demonios.
Gritamos fuerte llamando a mi amigo. Él subió de inmediato.
-
¿Qué pasa?
-
¡Aguanta la
puerta, por Dios!
La puerta se abrió de golpe
con una fuerza sobrehumana y nos lanzo a mí y a mi sobrina hacia el suelo. No
me dio tiempo de reaccionar, vi cómo esas dos cosas agarraban a mi amigo y lo
metían hacia el pasillo.
Me puse en pie, agarré a mi
sobrina y la levanté, estaba muerta de miedo, casi no se podía mover. Fui hacia
el pasillo para ayudar a mi amigo, la imagen que vi se quedará en mi mente para
siempre. La mujer más vieja le mordía en la cara, y la otra al mismo tiempo le metió
la mano en el estomago y le sacó las tripas en un momento.
Me puse a gritar. Lo habían
matado y no pude hacer nada para evitarlo.
Mi sobrina y yo corrimos
hacia la parte de abajo, pasamos por el comedor hacia la cocina y bajamos por
la escalera de caracol. Fuimos hacia la ventana por donde entramos. Pero estaba
con barrotes y cristales. Era imposible, era una locura.
De pronto me acorde del
balcón: no tenía rejas y la puerta estaba abierta.
Mi sobrina me rogó llorando
no volver a pasar por el comedor, pero no teníamos otra elección.
Al lado de la puerta, tirado,
había un paraguas. Lo cogí y nos dirigimos hacia el comedor.
Llegamos al comedor, la más
vieja aún se daba el festín con las carnes de mi pobre amigo. Pero la otra no
estaba. Giré para subir por la estrecha escalera y algo me dio en la cara. Fui
a caer al suelo de nuevo, pude mirar a través de mi propia sangre cómo esa cosa
iba a por mi sobrina.
No sé de donde saqué fuerzas.
Me levanté y le clavé el paraguas a esa maldita bruja en la espalda. Gritó como
un animal, ese grito era horrible.
Mi sobrina me dio la mano y
me arrastró hacia la escalera. Me encontraba muy mareada, la sangre no paraba
de brotar de mi frente.
La más vieja se puso a gritar
y, como dije antes, era ciega, no podía vernos. Mi sobrina, mientras subíamos
por las escaleras, me dio un pañuelo y me lo puse en la herida. Me dolía a
rabiar.
Pasamos por el pasillo. Estaba
cubierto de sangre, parecía sacado de una película de terror. La puerta estaba
cerrada, no se abría, mi sobrina se puso a llorar y yo sólo de pensar que esas
cosas le hicieran algo a ella me ahogaba de sufrimiento.
Golpeé la puerta, mi sobrina
gritaba:
-
Tita, te vas
hacer daño.
-
Me da igual,
tenemos que salir de aquí.
Pude notar como el hueso de
mi hombro crujió, fue un dolor intenso, horrible. Grité, lloré, pero la jodida
puerta se abrió.
Cerramos la puerta, mi
sobrina arrastró muebles y los puso detrás para no permitir que esas cosas
entraran.
Yo me sentía realmente mal,
me dolía mucho el hombro y la herida de la frente me molestaba a rabiar. Me
estaba mareando, me iba a desmayar y por lo que se ve, lo hice.
Noté cómo la mano de mi
sobrina tapaba con fuerza la herida de mi frente. Pude oír como esas dos cosas
querían entrar. Mi sobrina me ayudó a ponerme en pie. Fuimos hacia el balcón. Al
llegar a él, la puerta de la habitación se abrió de golpe, tirando los muebles
al suelo. Esas dos cosas se dirigían hacia nosotras.
En el balcón había tiestos antiguos llenos de
tierra, tiramos algunos hacia esas horribles cosas. Mi sobrina le dio de lleno
a la ciega en toda la cabeza. Cayó al suelo, la otra fue a ayudarla.
Aproveché ese momento para
poder mirar cómo podíamos salir de ahí, vi una vieja torre de luz: no estaba
muy lejos del balcón. Teníamos que dar un salto y sujetarnos a la torre.
Mi sobrina me dijo que
saltara yo primero. Le dije que ni loca, que ella primera. Saltó con mucho
miedo, pero lo logró, haciéndose, eso sí, mucho daño. Iba a saltar cuando algo
me agarró por la cintura. Vi la cara que ponía mi sobrina, que me gritaba:
-
¡Tita, nooo! ¡Hija
de puta, suelta a mi tía, por favor!
Esa cosa me tiró al suelo, se
puso encima de mí, me iba a morder, puse la mano y pude sentir su asquerosa
boca en mi piel y cómo me arrancaba un pedazo.
Escuchaba a mi sobrina gritar
y llorar. Pensaba que si esa cosa acababa conmigo, iría a por mi niña.
Busqué con la otra mano por
el asqueroso suelo del balcón. Pude agarrar un palo y se lo clavé con fuerza en
el cuello a ese ser.
Se quitó de encima de mí
gritando. Me incorporé, iba a saltar cuando de nuevo mi sobrina gritó.
- ¡Tita, detrás! ¡La ciega!
No esperé a que me pillara,
salté, aún no sé cómo lo hice, y me pude agarrar a la torre. Me di un golpe muy
fuerte, casi me caigo, pero con ayuda de mi sobrina pude sujetarme fuerte y
bajamos con cuidado. Mientras bajábamos se escuchaban los gritos de esas dos
brujas. Ni siquiera miramos. Ya en el
suelo, saltamos la valla como pudimos. En el otro lado, miramos hacia el balcón.
Ya no había nadie.
Fuimos hacia el coche y nos
marchamos del lugar.
Estuvimos de juicio por la
desaparición de mi amigo. No pudieron demostrar que yo o mi sobrina lo
hubiéramos matado.
Con el tiempo se fue
olvidando todo.
Hace dos día he regresado a
la casa, no me he llegado a acercar, la he mirado desde la carretera. Seguía
igual de impresionante e inquietante.
Desde entonces no he vuelto a
ir a ningún lugar abandonado, ya no hago fotos.
(Sacado de mi libro 13 Relatos Macabros)
Texto y fotografía de Malina Murnau
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