lunes, 9 de septiembre de 2024

Seis nunsploitations para recuperar la fe.

 


En el presente siglo XXI, tiempo de reivindicaciones y reformulaciones (y de faltas de ideas también), se han ido recuperando los filones, géneros y subgéneros que triunfaran en los cines de cualquier rincón del planeta en momentos específicos del pasado siglo; algunos de ellos menospreciados, cuando no ninguneados, por la crítica más obtusa y por los cinéfilos más rancios. El giallo, el poliziesco, los films de kinkis, el pinku-eiga, ... e incluso la llamada nunsploitation, las películas de monjas de corte erótico y/o de terror que triunfaran en las carteleras a lo largo de la década de los setenta han regresado. Títulos de bajo presupuesto como Sacred Flesh (2000) de Nigel Wingrove, Nun of That (2008), de Richard Griffin, o Nude Nun with Big Guns (2010), de Joseph Guzman, así como trabajos de mayor envergadura como las distintas apariciones de la malvada hermana Valak en el warrenverse, Benedetta (2021) de Paul Verhoeven, Hermana muerte (2023) de Paco Plaza, o más recientemente Inmaculate (2024) de Michael Mohan, han devuelto a las salas de cine, a las plataformas de streaming y/o al formato físico nuevas propuestas de terror y/o eróticas de monjas. Desde Les Danses Macabres recordamos y recomendamos seis de los hitos indispensables de este subgénero.

Los demonios (The Devils, 1971), de Ken Russell.

Tomando como base Los diablos de Loudun de Aldous Huxley -inspirado en el caso de “las endemoniadas de Loudun”, ocurrido en dicha ciudad francesa en 1634 y que ya inspirara diez años antes la cinta polaca Madre Juana de los Ángeles, dirigida por Jerzy Kawalerowicz-, Ken Russell revolucionaba las salas de cine a comienzos de los setenta con una excesiva (como siempre en él) cinta donde brillaban en los créditos los nombres de Oliver Reed y Vanessa Redgrave. En su momento causó un fuerte impacto social (algunas partes fueron censuradas) y sin ser la primera -el año antes Eriprando Visconti presentaba La monja de Monza- sí fue la película que abrió la caja de Pandora, por así decirlo, surgiendo tras ella toda una oleada de títulos sacrílegos con monjas calenturientas que conformarían el filón que con el tiempo se denominaría nunsploitation.


Historia de una monja de clausura (Storia di una monaca di clausura/Une histoire du 17ème siècle/Der Nonnenspiegel, 1973), de Domenico Paolella.

No tardaron los italianos, tan propio en ellos, en apuntarse al carro con una copiosa aportación al mismo, llenando la cartelera de novicias entregadas al pecado y sufriendo las más rebuscadas torturas, con preferencia por el erotismo directo, por poner toda la carne en el asador, legándonos algunos de los títulos más recordados de esta particular faceta del cinema erótico. Dentro de la generosa aportación que ofrecieron, muchas veces procurando ser cada vez más osados, dar más chicha dentro de un esquema que repetiría los mismos clichés de forma constante, Domenico Paolella, que el mismo año tenía en cartelera también Escándalo en el convento, director habitual de cine de género, fogueado en un montón de péplums entre los que sobresalió más por la cantidad que por la calidad, nos trae en Historia de una monja de clausura una película que, siguiendo la senda propia del subgénero, destaca muy por encima de la media por su mimada y estilizada puesta en escena, cuidada con sumo detalle, con una fotografía y planificación exquisitas que en ocasiones nos lleva a las pinturas de los maestros tenebristas, con una construcción arquitectónica llena de líneas de fuga y deudora consciente de los filmes alemanes expresionistas del periodo de entre guerras; interiores y exteriores fuertemente contrastados, con ese convento convertido en un infierno para el cuerpo, la mente y el alma de la desgraciada protagonista, Carmela (Eleonora Giorgi), lleno de colores tristes y apagados.

Pese a que no falten desnudos, escenas de cama, affairs lésbicos, los castigos sexuales-religiosos de rigor, etc... Domenico Paolella, dentro del preciosista esteticismo del film, juega con fortuna a la sugerencia, logrando un resultado excelente que, no obstante, se vio como un título más del cine erótico de monjas pese a sus muchas (y obvias) virtudes. No falta, entre los temas punteados, el ataque a las instituciones religiosas (que no a la religión en sí), de igual modo que contra los caducos valores de una aristocracia rancia para quienes su posición social y económica y un dudoso sentido del honor tienen más importancia que las personas, la familia o el amor.


La novicia musulmana (Flavia, la monaca musulmana/Flavia défroquée, 1974), de Gianfranco Mingozzi.

Entre el cine de género, el cine de autor y la pura y dura explotación (algo nada extraño en la filmografía europea de los setenta), Gianfranco Mingozzi rodó una de las muestras más singulares y reivindicables de la nunsploitation. Un alegato feminista (y anticlerical), con la Lilith de la tradición judía como ejemplo a seguir, muy anterior al empoderamiento de nuevo milenio. Con la brasileña Florinda Bolkan en el papel protagonista, como la Flavia del título, quien ayudará al ejército musulmán a costa de la vida de sus hermanas y la suya propia. La Bolkan volvería a vestir los hábitos (en la ficción) en La séptima mujer (1978), de Francesco Prosperi.

La novicia musulmana llegaría a las salas de cine españolas de manera tardía, como tantas y tantas otras películas que la censura no permitió en su momento, y sería estrenada como “clasificada S”.


Seijô gakuen (aka Convent of the Sacred Beast/School of the Holy Beast/The Transgressor), 1974), de Norifumi Suzuki.

Tal vez la repuesta japonesa más conocida a la nunsploitation sea esta singular propuesta de la casa Toei realizada por uno de sus directores habituales, el muy reivindicable Norifumi Suzuki. Con la historia de una chica que ingresa en un convento con la intención de averiguar qué ha pasado con su hermana. Tras los muros le espera un espectáculo de auténtica pesadilla.

Japón fue, junto a Italia, la filmografía que más reincidió en la temática, llegando sus producciones a ser abundantes aún en los ochenta, con cintas más baratas y rodadas ya directamente para su visionado en vídeo, sin paso previo por el patio de butacas.


La monja poseída (To the Devil a Daughter/Die Braut des Satans, 1976), de Peter Sykes.

Una producción de la británica Hammer Films (junto a la alemana Terra Filmskunst) que aprovechaba el tirón de la nunsploitation a la vez que la moda del terror satánico que se desató en los setenta gracias al éxito de La semilla del Diablo (1968) y El exorcista (1973). Concebida inicialmente como un producto para televisión para una serie basada en novelas de Dennis Wheatley, terminó siendo una de las películas estrenadas por la casa del martillo que mejor funcionó en cines en aquella década. La Hammer ya se había acercado al terror luciferino en 1968 con otra adaptación de Wheatley, la excepcional La novia del Diablo/La batalla de Satán, donde Cristopher Lee interpretaba un rol positivo, al contrario que en la presente, donde encarnaría al villano de la función, el malvado padre Michael Raynor. Con Richard Widmark en el papel principal, un autor de bestsellers sobre satanismo, Honor Blackman como su agente, y Natassja Kinski (que sale desnuda) es la monja poseída del título español.


Interior de un convento (Interno di un convento, 1978), de Walerian Borowczyk.

Otro de los films más famosos y celebrados de esta corriente. Realizado por el erotómano director de origen polaco (aunque se nacionalizara francés) Walerian Borowczyk, supuso un nuevo repunte, un nuevo éxito en la taquilla, para que la nunsploitation continuara unos años más llenando de títulos las salas. Esteticista y provocadora (la imagen de una monja chupándose un dedo lascivamente ilustraría no pocas portadas), seguiría cimentando la reputación de su realizador como esteta del erotismo fílmico.

Alfonso & Miguel Romero




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